Por: Camilo Echeverri Erk.
Ingeniero agrónomo. Cali – Valle del Cauca.

Al comenzar un nuevo año, la mayoría tenemos buenos propósitos para cambiar o mejorar hábitos y comportamientos, así como para iniciar nuevos proyectos personales o laborales. Infortunadamente, muchas veces, esas iniciativas no se traducen en “acabativas”, debido a la falta de fuerza de voluntad o disciplina para convertirlas en realidades.

Por respeto a las creencias de los demás, evito tratar temas religiosos. Soy ateo, lo cual no significa que niegue la existencia de una fuerza superior al hombre, sino que no creo que se le deban atribuir propiedades divinas a dicha fuerza. Me siento más cómodo pensando en una inteligencia superior o, simplemente, en el universo o cosmos como el sistema más ordenado y armonioso que existe. Sin embargo, en esta oportunidad quiero compartir con mis amables lectores una definición sobre Dios que llegó a mis manos gracias a un amigo. Se trata, presuntamente, de un texto del filósofo neerlandés de origen judío y portugués, Baruch de Spinoza (Benito o Benedicto de Spinoza), quien vivió entre 1.632 y 1.677, y es considerado uno de los tres grandes racionalistas del siglo XVII, junto con Descartes y Leibniz. Se dice que alguna vez le preguntaron a Einstein si creía en Dios, a lo que respondió que sí, que creía en el Dios de Spinoza. Me permito transcribir literalmente el texto de Spinoza, sin citar la fuente, por desconocerla:

“Dios hubiera dicho:
¡Deja ya de estar rezando y dándote golpes en el pecho! Lo que quiero que hagas es que salgas al mundo a disfrutar de tu vida. Quiero que goces, que cantes, que te diviertas y que disfrutes de todo lo que he hecho para ti.

Deja ya de ir a esos templos lúgubres, obscuros y fríos que tú mismo construiste y que dices que son mi casa. Mi casa está en las montañas, en los bosques, los ríos, los lagos, las
playas. Ahí es en donde vivo y ahí expreso mi amor por ti.

Deja ya de culparme de tu vida miserable; yo nunca te dije que había nada mal en ti o que eras un pecador, o que tu sexualidad fuera algo malo. El sexo es un regalo que te he dado y con el que puedes expresar tu amor, tu éxtasis, tu alegría. Así que no me culpes a mí por todo lo que te han hecho creer.

Deja ya de estar leyendo supuestas escrituras sagradas que nada tienen que ver conmigo. Si no puedes leerme en un amanecer, en un paisaje, en la mirada de tus amigos, en los ojos de tu hijito… ¡No me encontrarás en ningún libro! Confía en mí y deja de pedirme. ¿Me vas a decir a mí como hacer mi trabajo?

Deja de tenerme tanto miedo. Yo no te juzgo, ni te crítico, ni me enojo, ni me molesto, ni castigo. Yo soy puro amor.

Deja de pedirme perdón, no hay nada que perdonar. Si yo te hice… yo te llené de pasiones, de limitaciones, de placeres, de sentimientos, de necesidades, de incoherencias … de libre albedrío. ¿Cómo puedo culparte si respondes a algo que yo puse en ti?

¿Cómo puedo castigarte por ser como eres, si yo soy el que te hice? ¿Crees que podría yo crear un lugar para quemar a todos mis hijos que se porten mal, por el resto de la eternidad? ¿Qué clase de dios puede hacer eso?

Olvídate de cualquier tipo de mandamientos, de cualquier tipo de leyes; esas son artimañas para manipularte, para controlarte, que sólo crean culpa en ti.

Respeta a tus semejantes y no hagas lo que no quieras para ti. Lo único que te pido es que pongas atención en tu vida, que tu estado de alerta sea tu guía.

Amado mío, esta vida no es una prueba, ni un escalón, ni un paso en el camino, ni un ensayo, ni un preludio hacia el paraíso.

Esta vida es lo único que hay aquí y ahora y lo único que necesitas.

Te he hecho absolutamente libre, no hay premios ni castigos, no hay pecados ni virtudes, nadie lleva un marcador, nadie lleva un registro. Eres absolutamente libre para crear en tu vida un cielo o un infierno.

No te podría decir si hay algo después de esta vida, pero te puedo dar un consejo. Vive como si no lo hubiera. Como si esta fuera tu única oportunidad de disfrutar, de amar, de existir. Así, si no hay nada, pues habrás disfrutado de la oportunidad que te di. Y si lo hay, ten por seguro que no te voy a preguntar si te portaste bien o mal, te voy a preguntar ¿Te gustó?… ¿Te divertiste? ¿Qué fue lo que más disfrutaste? ¿Qué aprendiste?

Deja de creer en mí; creer es suponer, adivinar, imaginar. Yo no quiero que creas en mí, quiero que me sientas en ti. Quiero que me sientas en ti cuando besas a tu amada, cuando arropas a tu hijita, cuando acaricias a tu perro, cuando te bañas en el mar.

Deja de alabarme, ¿Qué clase de Dios ególatra crees que soy? Me aburre que me alaben, me harta que me agradezcan. ¿Te sientes agradecido? Demuéstralo cuidando de ti, de tu salud, de tus relaciones, del mundo. ¿Te sientes mirado, sobrecogido?…

¡Expresa tu alegría! Esa es la forma de alabarme.

Deja de complicarte las cosas y de repetir como perico lo que te han enseñado acerca de mí. Lo único seguro es que estás aquí, que estás vivo, que este mundo está lleno de maravillas.

¿Para qué necesitas más milagros? ¿Para qué tantas explicaciones? No me busques afuera, no me encontrarás. Búscame dentro… ahí estoy, latiendo en ti.”

Debo confesar que me conmovió esta definición de Dios y que me identifico con muchas de las aseveraciones que hace Spinoza. Aclaro que en el caso que el autor fuera otro, sigo estando de acuerdo. En mi vida personal trato de poner en práctica otra frase que escuché alguna vez: “La mejor religión es un buen corazón”; o de hacerle caso a mi abuela paterna cuando nos despedía: “Manéjese bien, mijo”. Este mundo funcionaría mejor si cada uno, desde su esencia, se propusiera actuar bien, no por el temor a cualquier tipo de represión divina o terrenal, sino por convicción, y así, no tener la necesidad de recurrir una y otra vez al perdón para sentirse libre de culpa y volver a pecar.