Por: Angélica María Pardo López

 

Hace solo algunas semanas América toda estaba en vilo por el recorrido que por el mar caribe hacían cuatro huracanes. Los llamaron Harvey, Katia, Irma y José. De estos, Harvey e Irma fueron los más importantes, pues el primero ocasionó importantes daños en Houston, y el segundo devastó las islas de San Martín y Barbuda e inundó Cuba y una gran parte de la Florida. El paso de Irma iba sembrando pérdidas humanas, y especialmente, pérdidas económicas.

De acuerdo con los reportes, Irma es el huracán más poderoso que se haya visto en los últimos cien años. Su tamaño y la velocidad de sus vientos hacían temer a todos. Tanto fue así que con varios días de antelación la ciudad de Miami vivió el mayor de los éxodos de su población, pues de allí salieron más de cinco millones de personas huyendo de las posibles consecuencias catastróficas de la tormenta. La gasolina, los víveres y el agua se agotaron; varias regiones de la ciudad se quedaron sin luz durante días. Los vuelos hacia y desde Miami se cancelaron y las pérdidas económicas alcanzaron cifras incontables. No en vano todos los que pudieron salieron despavoridos de la ciudad: si Irma no se hubiera desviado en último momento hacia el oeste, muy probablemente habría arrasado con una buena parte de la Florida, como lo aseguraban todos los pronósticos.

Los científicos afirman que eventos como Irma y Harvey se repetirán y que debemos estar preparados para ello. ¿Cómo es posible que puedan predecir la ocurrencia de desastres naturales?

La respuesta es que huracanes de la intensidad de Irma y Harvey no son precisamente fenómenos naturales. Huracanes con tal tamaño y poder destructivo obedecen, de cierta manera, al factor humano. En otras palabras, aunque Irma y Harvey no deben su existencia a la actividad humana, su desmesurada intensidad sí puede ser atribuida a una causa de origen humano: el calentamiento global.

Los huracanes se forman en los lugares en que el agua de los océanos es más caliente, es por eso que siempre tenemos noticias de huracanes en el mar caribe, lo cual es completamente natural. Sin embargo, el aumento en la temperatura del mar y la atmósfera contribuyen a que el poder de estos huracanes sea mayor, pues la energía de la que se nutren es, justamente, el calor.

El aumento de la temperatura de la atmósfera y del océano son cruciales en el progreso y crecimiento de los huracanes. Por una parte, cuando el aire es más caliente es capaz de retener más humedad. Por cada grado centígrado que aumenta la temperatura (y lleva aumentando por décadas), la atmósfera es capaz de retener 7% más de humedad. Por otra parte, el aumento de la temperatura del mar también hace que la atmósfera sea más caliente, y esto a su vez, hace que retenga más humedad. Las estimaciones indican que desde 1901 hasta hoy, la temperatura global de los océanos ha crecido 0,72 grados centígrados en promedio por década.

Visualicemos ahora un pequeño huracán con su ojo en el centro. Por el centro del huracán entra el aire caliente y húmedo presente en la superficie del mar. Este aire sube y al enfriarse, se condensa y forma nubes que más tarde se precipitarán. A medida de que el aire caliente sube, el aire circundante gira para ocupar el lugar del que se desplazó. Entonces todo este sistema empieza poco a poco a girar, cargarse de agua y subir, formando grandes huracanes como los que recientemente pasaron por el mar caribe y las costas estadounidenses. Es por este mecanismo de formación que cuando los huracanes avanzan hacia los mares del norte (que son más fríos) o tocan tierra, pierden fuerza, pues carecen del vapor y humedad que requieren para seguir creciendo. Lo más temible de los huracanes no es la velocidad de sus vientos (aunque se los categorice de acuerdo a ello), sino la cantidad de agua que pueden arrastrar o llegar a devolver en forma de lluvia, pues los mayores daños son causados por las inundaciones.

Se prevé que gracias al calentamiento global, huracanes tan fuertes y grandes como Harvey e Irma sean más frecuentes en el futuro. Aunque el número total de huracanes disminuya, es probable que los que se presenten sean muy poderosos. De hecho, esto no es más que un síntoma de la fiebre a largo plazo a la que estamos sometiendo a nuestro planeta.

A nivel científico hay un amplio consenso respecto al origen humano que tiene el reciente y rápido calentamiento global. También es ampliamente conocido hace más de 30 años que el uso de combustibles fósiles de efecto invernadero es la principal causa del aumento de la temperatura en la Tierra. El 57% de las emisiones de dióxido de carbono presentes en la atmósfera proviene de la quema de gas, petróleo o carbón.

Como conocemos la causa, la solución es evidente: hay que superar la industria de los combustibles fósiles. La energía solar y eólica cada vez son más accesibles, sus precios empiezan a estar al nivel de la energía tradicional. La revolución energética no puede ser aplazada por más tiempo. Hay ejemplos bastante alentadores ya hoy en día, aunque sean pocos. Alemania está en el proceso de cambiar totalmente sus fuentes energéticas, siendo la economía más grande del mundo basada en energía renovable. Una muestra de estas políticas es que el gobierno otorga subsidios a sus ciudadanos para que remplacen sus vehículos por carros eléctricos. En Dinamarca también se han dado importantes pasos en este sentido. Hace poco los daneses vendieron su última planta petrolífera e invirtieron los dineros en molinos de viento. En todo caso, la transición debe ser rápida. Debemos actuar ahora. Después será demasiado tarde.