Por: I.A. Camilo W. Echeverri Erk, I.A.
Consultor independiente
Cali, Valle del Cauca.

Como todos los años, en su edición anterior esta revista rindió un merecido homenaje a los ingenieros agrónomos vinculados al sector de la floricultura, publicando las fotos de la mayoría de éstos. El mirar tantas caras de colegas conocidos y muchos desconocidos para mí, me llevó a recordar a varios de los que ya no nos acompañan y a reflexionar sobre la importancia y el papel que han desempeñado los profesionales de esta rama en el desarrollo del sector.

Escogí la carrera de agronomía inducido en parte por mi padre, quien siempre soñó que sus hijos terminaran vinculados a la producción agropecuaria en la finca de la familia. A eso se debe también que tenga un hermano veterinario, otro zootecnista y un administrador. Paradójicamente, hoy en día quien está al frente de la empresa es una de las médicas de la familia. 

A mediados de 1985, mientras adelantaba mi trabajo de tesis de grado, me ofrecieron la posibilidad de vincularme a Floramérica, una de las empresas líderes en el aún joven negocio de la exportación de flores. En esa época, el trabajo en flores no era precisamente el oficio más deseado por los agrónomos. Al contrario, esta actividad se veía como de poca importancia, frente al trabajo en cultivos extensivos o en la industria de agroquímicos que todavía mantenía la inercia de la llamada “revolución verde”. Estas empresas, además de salarios en general más altos, ofrecían como “gancho” adicional la posibilidad de contar con un vehículo, muchas veces nuevo, para el desarrollo de las actividades en el campo y para el uso personal, sin mayores restricciones, y con auxilios para su movilización y mantenimiento. Sin embargo, iniciar mi carrera profesional en flores fue la mejor decisión que pude tomar en ese momento, ya que me permitió adquirir bases sólidas para desempeñarme después en ocupaciones diferentes, entre ellas la de la actividad comercial de agroquímicos.

La contribución de los agrónomos al desarrollo de la floricultura es innegable y, a mi parecer, muchas veces poco reconocida. Cuando se inició esta actividad fue necesario adecuar (“platanizar”) los paquetes tecnológicos foráneos a las condiciones de la sabana de Bogotá, lo cual habría sido mucho más difícil sin el concurso de los profesionales del agro. Hoy en día, después de tantos años de aprendizaje, a través del ensayo y error, aún persisten retos tecnológicos que requieren del concurso de profesionales idóneos para ser resueltos. No me sorprendió, por ejemplo, ver en la última revista que mis colegas “claveleros” todavía estén lidiando con el problema del cáliz rajado, el cual hace más de 30 años ya era una de las causas principales de rechazo de flores para la exportación. Este es uno de los ejemplos, entre muchos otros, en los cuales el agrónomo se ve enfrentado con situaciones que se pueden atribuir a una multiplicidad de factores como la genética, el estado nutricional de las plantas, los efectos del clima o fenómenos fisiológicos. El no poder dar un diagnóstico concluyente sobre las causas de este tipo de problemas y acertar en una solución rápida y eficiente es muchas veces visto como incompetencia. Es en esas situaciones en las que se recurre a culpar al profesional o a considerar que su excusa es que algunas de las causas de los problemas están fuera de su control, como es el caso del efecto del clima. Muchos de estos factores que influyen en el desarrollo y la producción de los cultivos de flores, algunos de ellos difícilmente controlables, hacen que los agrónomos se vean permanentemente enfrentados a situaciones muy variables y de máxima exigencia profesional y estrés laboral, especialmente en las temporadas de picos de producción, en donde gran parte de la responsabilidad del éxito empresarial recae en ellos. Y qué decir sobre las heladas o los repentinos ataques de plagas y enfermedades. Creo que puedo atribuir a la Botrytis mis primeros episodios de gastritis.

La falta de investigación para el sector floricultor me parece que sigue siendo una de sus falencias. Aunque me encuentro alejado de la actividad, percibo que los centros de investigación, privados y públicos, tienen aún mucho en qué contribuir para apoyar y facilitar la gestión de los agrónomos. Afortunadamente, las empresas de agro-insumos desarrollan en este sentido trabajos de investigación, a pequeña escala, que permiten solucionar muchas de las problemáticas cotidianas. 

No desconozco la importancia del concurso de los profesionales de otras disciplinas en el éxito de las empresas florícolas ni pretendo poner a mis colegas en un pedestal o excusarlos de sus errores. Solamente pretendo con esta nota llamar la atención sobre la necesidad de reconocer su labor, no solamente en las celebraciones del día del agrónomo.

Envío desde acá un fraternal saludo a mis colegas y amigos, deseándoles un exitoso San Valentino y un excelente año 2019.