Por: I.A. Camilo W. Echeverri Erk
Consultor independiente
Cali, Valle del Cauca

Durante la reciente instalación del periodo legislativo 2019 – 2020 en el Congreso de la República me di a la tarea de seguir pacientemente por la televisión toda la transmisión del evento, desde los preparativos antes de la intervención del presidente de la república hasta la continuación de las sesiones en la Cámara y en el Senado para la elección de sus directivas. En oportunidades anteriores la paciencia no me había alcanzado sino para escuchar con atención las palabras del gobernante de turno, pero esta vez, a raíz de toda la polémica que se ha generado alrededor del comportamiento de los congresistas, especialmente en lo relacionado con faltas de disciplina como dejar de asistir a las sesiones, me propuse aguantar para ver cómo se desarrollaban estas después de la alocución presidencial. 

El discurso del presidente transcurrió, como siempre, con un recuento de los logros del gobierno en los diferentes frentes y los lineamientos para abordar los retos que aún persisten. No faltaron los consabidos aplausos y algunas pocas ovaciones de pie, y el silencio de las bancadas de oposición. Resalto como un hecho muy positivo que el presidente Duque no utilizó el retrovisor para achacarle los problemas al gobierno anterior como sí lo hizo el presidente del senado, Ernesto Macías, del partido del presidente (Centro Democrático), quien se despachó en la instalación de la legislatura anterior con una lista de todo lo malo que dejó el gobierno saliente, sin reconocer ni el más mínimo logro, y anunciándole al presidente entrante y a la comunidad nacional e internacional que recibía un país destruido e inviable. Así es la política. Contrasta con esa posición un comentario de la canciller alemana, Angela Merkel, en el sentido de que los gobernantes entrantes deben asumir en silencio la tarea que reciben, sin culpar de las deficiencias que encuentran a los que los antecedieron, porque precisamente fueron elegidos para corregir esas falencias. Infortunadamente, a muchos de nuestros políticos se les va la mayor parte del tiempo de permanencia en su cargo criticando la gestión de sus antecesores. 

Gracias a la última “jugadita” de Macías, el presidente abandonó el recinto antes del discurso de réplica al que la oposición tiene derecho, “librándose” así de escuchar la versión de la situación del país, también muy crítica, de los congresistas que están en el otro bando, en cumplimiento de un derecho legítimo que les confiere la democracia. Macías cerró su gestión con “broche de oro” como era de esperarse. Pero eso es lo de menos y no merece para mí mayores comentarios. En cambio, lo que siguió después, en las sesiones de ambas cámaras, fue un verdadero circo, una muestra de la indisciplina que dice mucho del talante de muchos de nuestros “honorables” congresistas. Los presidentes de ambas cámaras estuvieron tratando en vano durante varios minutos de imponer el orden en sus recintos para continuar con la agenda del día. Parecía el caos que reina en un salón de estudiantes indisciplinados de un colegio cuando el profesor trata de iniciar su clase: muchos congresistas hablando entre sí, moviéndose de un lado para otro, hablando o “chateando” por celular, ante la mirada impávida de las mesas directivas. Los presidentes no parecían capaces de hacer que los congresistas se sentaran en sus puestos para poder llamar a lista, ni siquiera para lograr que la policía obligara a abandonar el recinto a las personas que no debían estar allí (periodistas y toda clase de lambones que querían aprovechar su “cuarto de hora “al lado de los “Padres de la Patria”). Hubo inclusive tiempo para que los presidentes hicieran algunas bromas, como la que delató al senador Macías al no percatarse que su micrófono estaba encendido. Razón tuvo el senador Antanas Mockus cuando en una sesión del Senado tuvo que recurrir a su viejo truco de bajarse los pantalones para lograr la atención de sus colegas. Creo que ni la blancura de las nalgas del, ese sí, honorable congresista (en todo el sentido de la palabra) fue suficiente para acallar a algunos de los “payasos de poca monta” que hacen parte de ese circo, para utilizar las palabras de un distinguido senador al referirse a otro menos distinguido que prendió fuego a una bandera de los Estados Unidos, en medio de una sesión hace ya muchos años (los lectores más veteranos sabrán a quienes hago referencia). Ante tanta indisciplina, no es de extrañar porqué en este país muchas veces no haya tiempo para someter a un ordenado, respetuoso y profundo debate democrático los proyectos de ley que servirán de marco al desarrollo de nuestra nación, y que frecuentemente las iniciativas legislativas sean votadas “a pupitrazo” cuando los tiempos se agotan.

Quise entonces reflexionar un poco sobre qué significa ser senador, para referirme solamente a los que gozan de esa alta investidura en la cámara alta. La palabra “senador” viene del latín senatus (senex – viejo, y atus, sufijo que en castellano equivale a ado). En la Roma antigua el senado era un consejo de ancianos, sabios, venerables y respetables, que decidían sobre los altos destinos del estado. No pretendo con esto decir que los senadores romanos eran un dechado de virtudes, pero sí que la distinción de “senador” debería corresponder a aquellos ciudadanos que son un modelo para los coterráneos que los eligieron para tan altos designios. Tampoco creo que al senado solo deban llegar los octogenarios. El Diccionario de la Real Academia de la Lengua Española define la palabra “honorable” como digno de ser honrado y acatado. Otras definiciones hacen referencia a personas estimables, respetables y venerables. Dejo a su consideración, amable lector, si algunos de nuestros congresistas dan la talla para ser llamados “Honorable Representante” u “Honorable Senador”.

Al estadista inglés Sir Winston Churchill se atribuye la sentencia de que los pueblos se merecen a sus gobernantes. El llamado es a que los colombianos debemos tomar mucho más en serio la decisión de elegir a los que van a definir el rumbo de nuestra nación y a evaluar la gestión de estos, una vez elegidos. Por eso me parece importante apoyar la valiente iniciativa “Trabajen Vagos” (www.trabajenvagos.com) de la periodista Catherine Juvinao, quien lidera una acción ciudadana para destituir a los treinta congresistas con mayores índices de ausentismo en el Congreso. Si no le ponemos orden a los que nos gobiernan seguiremos siendo el reflejo de una clase política incompetente que puede conducirnos, ahí sí, a ser un país inviable.