Por: Isabel Peñaranda
Msc Ciencias Agrarias.

Cuando observamos a nuestro alrededor, vemos personas desplazándose de un lado para otro, vemos el tráfico, casas, edificios, avisos publicitarios y una innumerable cantidad de objetos que hacen parte de nuestra realidad. Pero debajo de ese mundo que hemos creado, se encuentran seres humanos con personalidades específicas, con pensamientos, sentimientos y acciones; lo que se manifiesta exteriormente de cada uno de nosotros, es la punta del iceberg, pues en nuestro subconsciente se encuentra el centro de control que dirige nuestro comportamiento en el mundo exterior. 

El concepto que formamos de nosotros mismos, viene desde la infancia, cuando necesitamos que se nos acepte como somos, pero se nos empieza a exigir que cumplamos con determinados comportamientos y reglas que vienen de los adultos; aquí nace la angustia fundamental del niño y se manifiesta como la herida de la infancia. Este proceso continúa y se consolida aún más en la adolescencia, con toda la información que obtenemos del entorno se va formando la personalidad y se va fabricando la fantasía del Ego, es no es otra cosa que una elaboración de la mente que se fundamenta en los que pensamos de nosotros mismos. La elaboración inconsciente de un falso ser acoplamos a nuestro verdadero ser y que nos permite relacionarnos de forma superficial con el mundo, evitando que puedan conocernos realmente.  

 “El ego no es lo que realmente somos. El ego es nuestra autoimagen, nuestra máscara social. Es el papel que estamos desempeñando. A la máscara social le gusta la aprobación; quiere controlar, y se apoya en el poder porque vive en el temor” (Deepak Chopra).  

En la edad adulta, las manifestaciones del ego son diversas. Una de ellas es la inmersión absoluta en la creencia de que somos lo que hemos estudiado o lo que no, o somos lo que hacemos o el vacío de lo que no hacemos, que somos las posesiones o bienes materiales que tenemos o la sensación de malestar por lo que no tenemos, quizá los pensamientos de agrado o desagrado por la apariencia física que proyectamos cuando estamos frente a un espejo o frente a alguien más.  

Nuestra mente usualmente no está conforme con lo que hay, usualmente se pierde en el pasado o en futuro, en busca de motivos para generar inconformidad, preocupación o fantasías. Esto ocurre cuando nos identificamos por completo con los estándares que impone la sociedad de consumo en este entorno lleno bienes materiales con estructuras, formas, tamaños, colores, olores, texturas, precios y comodidades que nos inundan y desbordan, y sin los cuales creemos que no somos felices. Estos bienes nos impiden ver las manifestaciones de la creación… simple y compleja, sutil y maravillosa de todo lo que ya es; de todo lo que ya se nos ha proporcionado,  todo lo que realmente necesitamos, como por ejemplo respirar o comer. Necesidades básicas que ya tenemos satisfechas desde siempre, desde antes del advenimiento de esta era material y consumista que nos está llevando a considerar que nuestros inventos son mejores que las creaciones de la naturaleza… y que al preocuparnos por ocupar posiciones, por hacer y por tener, está llevándonos a alterar y destruir esa esencia de la creación.  

En la estructura del Ego, la sensación de superioridad que se manifiesta al buscar culpables, al juzgar a otros y juzgarnos a nosotros mismos, a considerar que soy superior y que los demás son poca cosa, que son débiles, la necesidad compulsiva de ganar en una discusión, el deseo de imponer mi razón, el  sentirnos seguros teniendo el control de las situaciones o de las personas, así como también la sensación de inferioridad a través una postura de víctima ante la vida para obtener la consideración de otros; todas las manifestaciones del miedo; por ejemplo, el miedo a no dar la talla, a no ser suficientemente bueno para ser aceptado, ese mismo condicionamiento que nos lleva en otros contextos a la humillación o al servilismo. La sensación de no querer problemas, el anhelo de aquello que no poseemos, la ambivalencia que nos impide concretar proyectos, la resistencia al dolor o la castración de las emociones que también limitan nuestra capacidad creativa y nuestra capacidad de amar. La evasión del momento presente por considerar que el pasado fue mejor o que la felicidad está en el futuro donde alcanzaré mis anhelos, y mientras tanto me peleo con la pareja, los suegros y los vecinos, pensando que ya mañana habrá tiempo de arreglar las cosas, cuando el otro u otra me pida perdón porque me ha lastimado y mientras tanto intento auto convencerme de que todo está bajo control, aunque siento un vacío, aunque me pierdo y nos perdemos de ser, de estar en paz, de vivir aquí, hoy y ahora. 

El miedo a pensar que no valemos, nos lleva a mantenernos desapercibidos del mundo, manteniendo todo nuestro potencial encerrado en una urna. El miedo a fracasar en el ámbito familiar o profesional nos lleva a volvernos adictos al trabajo descuidando la familia,  o  llevar cargas de otros no porque seamos buenos de manera genuina, si no por remordimiento, culpa o por necesidad de aprobación; en otras ocasiones nos auto saboteamos cuando enfrentamos una tarea o un reto, llegando al punto de inicio en un círculo vicioso del que no podemos salir aunque pasen los días. En muchos de nosotros, la sensación de no ser suficientemente competente o por el contrario el creernos excesivamente competentes, nos puede llevar a  pasar por encima de nuestros semejantes para sentirnos seguros, buscar la admiración o para no sentirnos débiles. La necesidad de impresionar, el deseo de reconocimiento, nos conduce a aparentar ser mejores, algunas veces se llega hasta hacer trampa para obtener resultados o logros que nos permitan sentirnos valiosos.   “Lo más seguro es que hayas aprendido a evaluar tus acciones basándote en el resultado de esas acciones, te han enseñado a enfocar de cara a los resultados” Waine Dyer. 

Conseguir dinero a cualquier precio para comprar felicidad y llenar vacíos, ya sea comprando placeres (ropa, carros, casas, sexo, drogas), en fin, aspectos vanales. “Las cosas y las condiciones externas pueden darnos placer, pero no pueden darnos alegría.  La alegría no tiene causa y surge de adentro como alegría de ser” (Eckhart tolle).

El querer alcanzar títulos, cargos, objetos, trae sufrimiento y ello ocurre porque hemos trasladado el valor del ser, a la falsa ilusión del hacer o del tener. Creemos que “valgo si hago o valgo si tengo” cuando nada de eso nos sirve para trascender del plano físico. “Toda la industria de la publicidad y la sociedad de consumo se derrumbarían si la gente se iluminara y dejara de buscar su identidad a través de las cosas” (Eckhart Tolle).

Casi todos los seres humanos estamos viviendo en la inconsciencia, pensando que esto que vemos es todo lo que hay; sin ahondar en que hay más allá del mundo físico, o del origen del universo, de de la vida después de la vida. Pero… ¿Que quedaría si un día se desvanece nuestro mundo? ¿Donde está la felicidad verdadera? ¿Cuál es el propósito trascendente de nuestra existencia? Será que, por contaminar este planeta con nuestros desechos, ¿no nos van pasar factura?

Nos hemos desconectado de nuestro otro yo, de ese ser que a veces se manifiesta cuando no interviene la mente; nos hemos desconectado de la paz, del amor eterno e incondicional de la creación que nos sostiene, de la energía del universo que da vida a todo lo que hay; olvidando agradecer a la fuerza invisible que hace que todas las reacciones físicas, químicas y biológicas tengan su lugar en cada organismo, en cada molécula, en cada momento y un orden supremo. En medio del caos, el sol sigue brillando y dando vida de forma directa o indirecta a todo cuanto habita en este mundo, porque todo está interconectado y el aire que respiramos proviene de infinidad de reacciones de transformación y no somos conscientes y damos todo por hecho. No sabemos quién realmente somos, conectándonos a la MATERIALIDAD, condicionada por nuestro Ego y desconectándonos de HUMANIDAD, de la armónica y dinámica danza de la vida, de la naturaleza eterna de todo lo que es, de todo lo que hay, no solo en el mundo, si no en el universo.