Por: La Directora

Si usted revisa cualquier periódico o revista de circulación frecuente, encontrará que un buen porcentaje de artículos tratan de temas del medio ambiente. En los diarios gratuitos ADN y Publimetro, por ejemplo, que constan de pocas páginas, al menos 6 o 7 artículos tienen siempre alguna relación con esto. Igualmente pasa con la Revista Semana, que ya tiene un volumen independiente dedicado exclusivamente a temas de sostenibilidad, o con el Espectador en sus versiones fìsica y virtual.

La cantidad de información existente con respecto al medio ambiente y los peligros por los que atraviesa es un indicador sencillo pero diciente de su situación y de cuán preocupados deberíamos estar.

Es vano, sin embargo, que el tema nos interese a nosotros los ciudadanos si a los ojos de nuestros gobernantes no tiene mayor significación. El descuido en que el actual gobierno tiene nuestro patrimonio ambiental es tan solo una faceta más de su insuperable ineptitud e incapacidad. Mientras que el compromiso internacional de Colombia es llevar a cero la deforestación en el Amazonas en los próximos años, el Plan de Desarrollo recién aprobado apenas contempla esfuerzos que impidan su aumento. En un momento en que los países tropicales poseedores de reservas forestales juegan un papel crucial en la crisis ambiental global, poco le importa al gobierno que miles de hectáreas de selva virgen se estén incinerando día a día con fines de colonización ilegal por actores cuya rectitud y decencia son cuestionables.

Al paso que la deforestación tiene sin cuidado al que cuesta llamar “presidente”, el manejo de la situación minera causa no menos indignación. El gobierno permite la disminución del pago de regalías a los concesionarios que explotan las riquezas mineras del país: regala los recursos en un tiempo en el que su escasez los hace más valiosos. Así mismo, permite, a pesar de la gran impopularidad de la actividad, del concepto negativo de los expertos y de sus propias promesas de campaña, la extracción no convencional de petróleo, o fracking.  

Y no olvidemos la cruzada contra la consulta previa -que obliga a tener en cuenta el sentir de la comunidad sobre los planes u obras que los afecten directamente-. Sin duda la consulta previa es una figura incómoda para el gobierno, los contratistas del Estado y las compañías mineras, pues gracias a ella se han detenido o retrasado multiplicidad de proyectos con los que las comunidades no han estado de acuerdo justamente por sus implicaciones ambientales. Tampoco olvidemos la escandalosa mortandad de peces causada por la disminución del caudal del Río Cauca gracias a labores en la obra que, sin haberse terminado, ya tiene todos los problemas posibles: Hidroituango. Por último, no olvidemos a nuestros ríos, donde se siguen vertiendo impunemente cada día mercurio y otros metales pesados por cuenta de la minería. Al paso que vamos, el país entero estará lleno de ríos como el Bogotá y cataratas como el Salto del Tequendama, verdaderas cloacas que dan fe de la inutilidad de los gobiernos y la inconsciencia del pueblo.

Mientras este y otros temas tan importantes como el postconflicto y la agricultura son tratados con la mayor negligencia, pareciera que el gobierno (o mejor, el desgobierno) considerara más importantes y urgentes los asuntos de nuestro país vecino, Venezuela. Además, en lugar de dar solución a los mil y un problemas que nos aquejan, nos tratan de enredar con cuentos como la famosa economía naranja, la supuesta necesidad de tipificar nuevos delitos y aumentar las penas (manido recurso de gobiernos incompetentes para aumentar su popularidad) y la persecución de consumidores de drogas ¡No más tolerancia con mandatarios ineptos, pues para trabajar es que se les paga!