Por: Camilo W. Echeverri Erk, I.A.
Cali, Valle del Cauca

 

Ante la oleada de escándalos de corrupción que se han hecho públicos en Colombia en los últimos meses, es difícil evitar hablar del tema. Todos los días nos sorprenden con nuevos casos que involucran hasta las más altas esferas del estado, llegando inclusive a tocar a los máximos entes encargados de impartir justicia. Nos hemos acostumbrado a que es normal escuchar noticias sobre actos corruptos de nuestros legisladores y otros funcionarios públicos, pero con los últimos hechos parece que hemos superado el límite al que, en forma desafortunada, hacía referencia uno de nuestros expresidentes, en el sentido de que había que “reducir la corrupción a sus justas proporciones”.

Investigando un poco sobre la definición de corrupción, sus diferentes modalidades y sus orígenes, me encontré con una causa que, a mi parecer, es la explicación fundamental de por qué las personas actúan mal y es, simple y llanamente, por su falta de ética. Y no me refiero solamente a los funcionarios públicos que obtienen beneficios personales aprovechándose de sus cargos para cometer todo tipo de actos contrarios a la ética como extorsión, soborno, peculado, colusión, fraude y tráfico de influencias. Aquí hay que hablar también, en un sentido más amplio, de todos los malos actos que comete el ciudadano común y corriente que soborna, evade impuestos, roba artículos en los almacenes o hace cosas tan “inocuas” como colarse en una fila. En nuestro medio algunos de estos comportamientos son atribuidos a la llamada “malicia indígena” o “viveza” colombiana.

Sin pretender entrar en análisis filosóficos al respecto de la ética, lejanos a mi disciplina y capacidades, me encontré con las siguientes definiciones que me impresionaron por su sencillez:

Aristóteles sostenía que “la ética es el compromiso del ser humano que lo debe llevar a su perfeccionamiento personal. Es el compromiso que se adquiere con uno mismo de ser cada vez más persona. Se refiere a una decisión interna y libre que no representa una aceptación de lo que otros piensan, dicen y hacen.” Según Connock y Johns (1995) “hablar de ética es hablar de justicia, de decidir entre lo que está bien y lo que está mal, es definir cómo aplicar reglas que fomenten un comportamiento responsable, tanto individual como en grupo”. Gurria (1996) manifiesta que “la ética está ligada estrechamente con conceptos como la moral (la cual es considerada como su sinónimo), los valores y la cultura, y se destaca al momento de tomar decisiones porque tiene que ver con el proceder de los hombres en relación a su conciencia y responsabilidad, además de su comportamiento”. Todas estas definiciones tocan con aspectos que se aprenden a temprana edad, inicialmente en la familia, y luego se refuerzan en los diferentes niveles de la educación del ciudadano. La decisión de actuar con justicia, conciencia y responsabilidad en todas las situaciones de la vida está cimentada en los valores y la cultura que se le hayan inculcado al individuo en su proceso de formación como persona y como miembro de una comunidad. Tal vez el actuar con conciencia sea la base de un buen comportamiento, ya que exige pensar en los demás y no solo en uno mismo, lo cual conlleva a que los actos se enmarquen dentro de los principios de la justicia y la responsabilidad.

Cuando se cometen malas acciones se piensa primero en cómo castigar a las personas implicadas y en establecer mejores controles para evitar que sigan ocurriendo, pero no en corregir las causas de fondo que llevan a las personas a no comportarse éticamente. Cabe entonces reflexionar sobre lo que estamos haciendo como sociedad para formar buenas personas y buenos ciudadanos, capaces de entender que lo que hagan, bien o mal, puede afectar a su vecino o a su entorno. ¿Será que habrá que revisar los contenidos de la educación escolar? Seguramente sí, ya que esto puede ayudar a consolidar los fundamentos de comportamiento que se aprenden en el hogar, a través del ejemplo de los padres, el cual queda profundamente grabado en nuestro “chip”. Tal vez esto no sea siempre una garantía de buen comportamiento, pero sí contribuye a que, antes de actuar, cada uno tenga la opción de escoger conscientemente qué camino tomar. La vieja frase de “educad al niño y no tendréis que castigar al adulto” cobra mayor vigencia en estas épocas.