Por: Camilo W. Echeverri Erk,
I.A. Cali, Valle del Cauca.

 

Mi hijo mayor, quien estudia en Alemania, adonde se fue siguiendo sus raíces por parte de su abuela paterna, recientemente estuvo de visita en Cali. Salimos a hacer un recorrido por los municipios del norte del Valle en automóvil. Siempre he tratado de conducir respetando las normas de tránsito y ese día hice mi mayor esfuerzo por comportarme como el alemán que soy, al menos en un 50 %. Algunos de mis amigos sostienen que tengo la capacidad de actuar como alemán o como colombiano (mi otro 50 %), cuando me conviene, o de usar la proporción más adecuada en cada situación. Esa es una de las ventajas de los híbridos.

Saliendo de Cali por Yumbo, en medio del caos vehicular de automóviles de pasajeros, camiones, de buses y motos zigzagueando para pasarse al carril menos congestionado y de bocinas estridentes, mi hijo me manifestó que sería muy difícil para él conducir en Colombia, a pesar de que hace relativamente poco tiempo que se fue del país. Le pregunté entonces cuáles de los comportamientos que estaba viendo eran imposibles de ver en Alemania y la lista fue larga: adelantar por el carril derecho, cambiar abruptamente de carril sin usar las direccionales, “hacer luces” al conductor lento que va adelante para que cambie de carril (se castiga con multa por acoso), usar el pito innecesariamente, entre muchos otros. Ni qué decir sobre las condiciones mecánicas de los vehículos y las pruebas a las que deben someterse para obtener su permiso de circulación. Probablemente, una alta proporción de los vehículos que ruedan por las calles y carreteras colombianas no podrían hacerlo en Alemania o en otro país más civilizado que el nuestro.

El resultado de ese desorden en el tránsito vehicular es la alta accidentalidad que tenemos en las calles y carreteras. La revista Dinero, en su edición de marzo de este año, presenta unas cifras escalofriantes: El año pasado ocurrieron en Colombia 38.420 accidentes de tránsito, en los cuales murieron 6.385 personas, entre peatones, conductores o pasajeros (en promedio 17 personas por día) por accidentes en las vías, siendo esta una de las 10 causas principales de muerte; el 53 % de los muertos registrados viajaba en motocicleta.  Según la Superintendencia de Transporte, la mayoría de estos accidentes se hubiera podido evitar si conductores y peatones respetaran las normas. Podría uno pensar que es que hay muy poco control y castigo a los infractores por parte de las autoridades. Quién sabe, porque las cifras de comparendos también son impresionantes: Casi 1’680.000 comparendos en el 2016 (4.600 diarios, en promedio) impuestos a vehículos particulares, de los cuales cerca de la mitad correspondieron a motocicletas. Se recaudaron $ 860.433 millones en multas de tránsito. La pregunta sobre adónde fue a parar esta “platica” sería un buen tema para otro análisis.

¿Qué está pasando entonces? ¿Por qué somos tan indisciplinados? Lo primero que se dice es que tenemos un problema cultural y de educación. Somos dados a “pasarnos las normas por la faja”, seguramente debido a falta de educación de los conductores y peatones. En los países desarrollados la concientización de las personas sobre cómo comportarse en las vías comienza desde la escuela primaria. Para obtener una licencia de conducción hay que tomar un exhaustivo curso y pasar una prueba muy exigente. Lo segundo es que, evidentemente, el control por parte de las autoridades es insuficiente y las sanciones no se hacen efectivas porque algunos (¿o muchos?) de los agentes de tránsito (y policías) son proclives a dejarse sobornar. Es común la frase del conductor que es pillado en la infracción: “Colabóreme, señor agente”. Muchas veces la remuneración por esa “colaboración” va entre los documentos del conductor al ser exigidos éstos por los guardas. Y lo peor es que ya existen tarifas estándar por el servicio, de acuerdo con la magnitud de la falta (de 50 hasta 100 “barras”). ¡Cómo ha subido todo!, dirían las señoras. Recuerdo que, en Puerto Boyacá, donde obtuve mi licencia, había un agente de tránsito que lo llamaban “Veintepesos”. Sobra decir que eso fue en épocas pre-históricas y aclaro que no tuve que gastarme esos veinte pesitos.

Sin embargo, creo que la problemática tiene otras causas de fondo. He llegado a pensar que hay una razón muy simple para que nos “manejemos” en las calles tan desordenadamente y es la falta de planeación. Siempre vamos “de afán”, porque no calculamos bien el tiempo de desplazamiento, teniendo en cuenta las dificultades que se nos puedan presentar en el camino. En eso los alemanes (disculpen que no me pueda resistir a la fuerza de los genes) nos llevan también una enorme ventaja. Esos “monos” no solo planean bien el día, la semana y el mes, sino que saben con mínimo un año de antelación a donde van a ir de vacaciones y cómo las van a pagar. ¿Muy aburrido, no es cierto? El dejar algunas cosas al azar tiene también algo de fascinante.

Muy en el fondo, creo que todo se reduce a un problema de falta de conciencia social. A muchos les importan poco los demás. La pregunta es ¿por qué cuando esos “Kamikazes” tropicales conducen vehículos o caminan por las calles de los países nórdicos lo hacen como mansas palomas? Definitivamente, los seres humanos necesitamos que nos impongan códigos de conducta que nos obliguen a cumplir con los principios básicos de una pacífica y sana convivencia.

Auf Wiedersehen”