Por: I.A. Camilo Echeverri Erk
Cali, Colombia

En vista de que la publicación de la presente edición de la revista coincide con el mes de la celebración del día del agrónom@, esta vez decidí escoger un tema menos serio y formal, y escribir algo a manera de obsequio para mis colegas y – cómo no -, también para l@s demás lectores. Después de un año en que se ha hablado, hasta la saciedad, de covid – 19, protesta social, el contrato del Mintic, y las campañas políticas para la presidencia, conviene relajarse un poco, a la espera de la anhelada temporada decembrina que se aproxima, y disfrutar de cosas sencillas como el buen humor.

Hace años circulaba una revista en formato pequeño, del tamaño de un libro, que se llamaba, o se llama – si todavía existe –, Selecciones del Reader’s Digest.  La publicación siempre tenía una sección titulada “La risa, remedio infalible”, la cual contenía una serie de chistes o apuntes humorísticos. Vamos a ver si funciona una sección así en la revista Metroflor – agro.

Consciente de que la memoria es frágil y, antes de que se me olviden, quiero compartir con los amables lectores unos cuantos chistes que considero clásicos:

Rocío

Cuando uno llega a cierta edad, los temas de conversación entre amigos van cambiando, y se vuelve usual que cada uno cuente sus dolencias y lo que está tomando para sobrellevarlas. 

Dos pensionados, a propósito de la inexorable pérdida de memoria que traen consigo los años, tienen el siguiente diálogo:

– ¡Si vieras el remedio que me acabo de conseguir para la memoria! – dice uno.

– ¿Cómo se llama? Aunque aún no lo necesito, es bueno saber para cuando llegue el momento – responde el otro.

– A ver, ¿cómo es que se llama? – dice el primero. A ver si me acuerdo. 

A pesar de que tiene el nombre ‘en la punta de la lengua’ no logra recordarlo. Después de darle varias vueltas en la cabeza le pregunta a su contertulio: ¿Cómo es que se les dice a esas gotitas que aparecen sobre el pasto en las mañanas muy frías?

– Rocío – responde el otro, presumiendo de su buena memoria.

– ¡Rocío! – exclama el desmemoriado. – Tráeme por favor el remedio del frasquito azul que está sobre la mesa de noche.

Lección de etiqueta

Un caballero, elegantemente vestido, se sube a un tren de compartimientos para iniciar un viaje largo. Al llegar al suyo, se percata que hay una pareja joven con la cual va a compartir el viaje. Saluda, levantando levemente su sombrero, y se dispone a acomodarse, colocando primero su fino maletín de cuero y su sombrero en el portaequipaje. Los jóvenes lo observan con curiosidad, ya que no es usual ver una persona con aspecto tan distinguido en los vagones de segunda clase. El caballero se quita el saco, lo cuelga cuidadosamente en un gancho, y se sienta frente a sus compañeros de viaje. El tren se pone en movimiento y el caballero se levanta de la silla, baja su maletín, lo coloca sobre la mesa, abre los cierres dorados y saca una bacinilla plateada, brillante, y la coloca sobre su asiento. Se afloja la correa y se baja los pantalones ante la mirada atónita de los jóvenes. Sin perturbarse, se sienta en la bacinilla, ejecuta la correspondiente función para aliviar su necesidad, se levanta, se sube los pantalones, abre la ventanilla y arroja hacia afuera el contenido de la bacinilla. No creyendo lo que están viendo, los jóvenes observan al caballero sacar una fina servilleta blanca de seda, limpiar la bacinilla, y guardarla de nuevo en el maletín, junto con la servilleta que ha doblado antes con esmero. El caballero se sienta de nuevo, saca del bolsillo de la camisa un puro, lo enciende, se acomoda en su sillón, le da una larga chupada y exhala placenteramente una bocanada de humo. Mirando a sus compañeros de compartimiento con una sonrisa, nota que estos lo observan estupefactos, y dice: “Disculpen, ¿les molesta el humo?”.

Sangre fría

A un utilero bogotano de un circo internacional le toca escuchar siempre la conversación de los tres trapecistas franceses sobre las arriesgadas maromas que acaban de realizar. Cada uno se atribuye, obviamente, la más osada, para maximizar su valentía y coraje. Un día, el utilero se decide a preguntarles qué significa el término “sanfruá” que usan permanentemente en las discusiones sobre sus presentaciones.

Sang froid, mon cher ami, en francés, significa sangre fría – explica Jules.

– Pero, sigo sin entender lo que es “sanfruá” – insiste el utilero.

– Te voy a dar un ejemplo – continúa Jules -. Se necesita tener mucha sangre fría si llegas a tu casa y ves a tu mujer conversando en la sala con un extraño, saludas, y sigues para tu habitación sin decir nada. Eso es sang froid.

– No, eso no es sang froid – replica Gaël. 

– Tener sang froid es llegar a tu casa y ver a tu mujer con un extraño en tu habitación y, sin decir nada, salir a dar una vuelta a la manzana y volver más tarde. 

– No, eso no es sang froid, interviene Jacques.

– Tener sang froid es llegar a tu casa, ver a tu mujer en tu cama con el extraño, tocar a la puerta, decir comedidamente “disculpen”, y que los dos continúen la faena sin inmutarse. ¡Esos tres sí que tienen sang froid!

La polilla

Y, finalmente, uno para agrónom@s, con mis disculpas para los lectores que no lo son:

Una polilla (Lepidoptera: Noctuidae) entra al consultorio de un podólogo. 

– ¿En qué le puedo servir? – pregunta el podólogo.

– Gracias, doctor – contesta la polilla. Es que últimamente no me he sentido muy bien.

– ¿Qué siente? – pregunta el podólogo.

– No estoy durmiendo muy bien – continúa la polilla. Me despierto en el día, muy nervioso y exaltado porque tengo unos sueños aterradores.

– ¿Qué clase de sueños? – indaga el podólogo.

– Cosas terribles, como que estoy en mi cama, abro los ojos y veo a mi exmujer a mi lado – dice la polilla.

– Parece que usted está sufriendo de algún desorden mental – replica el podólogo, y esa no es mi especialidad. Usted necesita a un psicólogo. Pero, dígame, ¿por qué entró a mi consultorio?

– Pues porque la luz estaba prendida – responde la polilla.

A los colegas que no lo entendieron, les sugiero contárselo a un entomólogo. Si no se ríe, me cuentan. A los amig@s que generosamente volvieron a sonreír con el cuento del caballero del tren, un afectuoso abrazo.

¡Feliz día del agrónom@!