Por: Angélica María Pardo López

De acuerdo con Jeremy Rifkin -uno de los economistas más influyentes de nuestra época- ante nuestros ojos y casi sin que lo notemos está transcurriendo un evento de máxima importancia histórica: la tercera revolución industrial. Esta revolución, además de representar el siguiente paso en la escala de la técnica humana, es la pieza clave que podría salvarnos de la inminente catástrofe ecológica que se ha gestado durante los últimos dos siglos, también debido a la técnica e industria humanas.

Siguiendo los planteamientos de Rifkin, la humanidad ha vivido dos revoluciones industriales antes de la presente. La primera revolución industrial ocurrió durante el siglo XIX, cuando se creó la máquina de vapor, de la cual muy pronto surgieron multiplicidad de aplicaciones como, por ejemplo, las locomotoras. Además apareció otro elemento crucial en aquel tiempo: la imprenta, y con ella, la difusión masiva y barata del conocimiento. Estos cambios fueron posibles gracias a la explotación del carbón, que constituyó la principal fuente de energía de la época.

Solo un siglo más tarde el mundo presenció la segunda revolución industrial, siendo el teléfono, la televisión y la radio las innovaciones en comunicación y el vehículo automotriz el principal medio de transporte, que a su vez, no habría podido ver la luz sin una nueva fuente barata de energía: el petróleo. También se produjo la electrificación masiva y centralizada. Como vemos, según el profesor estadounidense, tres son los elementos que componen una revolución industrial: nuevas formas de comunicación, nuevas formas de transporte y nuevas formas de energía. Cuando esos tres elementos convergen, la humanidad está lista para doblar la esquina del progreso y encaminarse por senderos que llevan al  mejoramiento de la calidad de vida de todos.

En nuestra todavía incipiente tercera revolución industrial también hay cambios en los tres elementos mencionados. La nueva herramienta de comunicación es el Internet, que permite el contacto en tiempo real con personas ubicadas en cualquier parte del mundo y que se aplica de tantas maneras que la vida sin él ya parece impensable. Con el Internet logramos formas inteligentes de transportarnos, enterándonos en tiempo real de las condiciones del tráfico y de cuáles caminos es más eficiente tomar. Esta conectividad se aplica también en el transporte público, permitiéndonos saber, con muy poco esfuerzo, qué bus, tren, etc., tomar. Uber, Sidecar, Bla blah car y Lyft son solo algunas de las nuevas formas de transporte que tenemos en nuestro moderno mundo interconectado. Podemos también  hacer rastreo de los vuelos y de la entrega de paquetes y correspondencia con un simple vistazo a nuestros dispositivos móviles. Y en cuanto al tercer elemento, al día de hoy ya se produce energía a partir de fuentes renovables como el sol y el viento a un costo tan bajo que incluso en algunos lugares de Europa y Estados Unidos resulta más barata la energía renovable que la energía nuclear, termoeléctrica o hidroeléctrica. En efecto, las estadísticas muestran que mientras en 1977 producir un vatio de energía solar costaba 76 dólares americanos, en 2012 este precio había caído a 50 centavos de dólar. El año pasado esa marca volvió a romperse, llegando a los 36 centavos de dólar el vatio. La curva ha sido continuamente descendente, por lo cual es previsible que dentro de pocos años las fuentes de energías tradicionales sean sustituidas.

Muchos países del mundo se encuentran ya en la transición hacia este nuevo tipo de energía, que también se sirve del internet, pues tiene la particularidad de funcionar mejor de manera descentralizada. En palabras más claras, la producción de energía en el mundo de la tercera revolución industrial se hace por los mismos consumidores, quienes se abastecen y venden sus excedentes a la red pública, que se configura y adapta a las necesidades de la comunidad teniendo en cuenta datos acumulados a través de la red.  Por eso cada vez más personas ponen paneles solares en el tejado de sus casas y logran acuerdos para la instalación de molinos de viento en sus terrenos rurales.

Sin embargo, puesto que aún no existe la infraestructura necesaria y porque hay cierta tendencia a aferrarse a las tecnologías del pasado –que ya son obsoletas y superfluas- la tercera revolución industrial no ha podido completarse, a pesar de que estamos tecnológicamente preparados para ello.

Es tarea de los gobiernos ayudar a financiar la instalación de esta nueva forma de generación de energía y la planeación de políticas públicas compatibles con el nuevo paradigma. Los recursos de infraestructura deben ser invertidos en consonancia con las necesidades de la tercera revolución industrial (mayor conectividad, redes de energías renovables, dispositivos de almacenamiento de energía y estaciones de servicio para vehículos eléctricos, entre otras)  y no en consonancia con tecnologías que ya son agua pasada y necesitan remplazarse por el bien de todos.

La ruptura con el mundo de la segunda revolución industrial necesita de nuestro esfuerzo ciudadano para su avance. La exploración de nuevas fuentes petrolíferas, la ampliación de la frontera de explotación minera, el fracking, las centrales nucleares y los proyectos hidroeléctricos no son más que formas arcaicas de generación de energía en las cuales no se deben seguir depositando nuestro dinero y nuestros esfuerzos. Insistir en ello no es solo anclarnos al pasado sino también amenazar nuestras posibilidades futuras como especie. Por el contrario, una economía eficiente basada en energías limpias, descentralización y superconectividad –y por lo tanto colaboración y cooperación (‘shared economy’)- parece ser una oportunidad de oro para sobrepasar el peligro al que nos ha expuesto el mal manejo de nuestros recursos naturales.