Por: Camilo W. Echeverri Erk
Ingeniero agrónomo y consultor independiente, Cali – Colombia

Soy un poco “chapado a la antigua”, como dicen las señoras, por lo cual aún mantengo comunicación con mis amigos a través del correo electrónico. Los que fuimos educados en una época en la que se daba mucho valor a la ortografía, al buen uso de la gramática y al formalismo en las comunicaciones pasamos de las cartas escritas a mano a las escritas a máquina, primero manuales y luego eléctricas, hasta llegar a la “revolución” del computador y del e-mail.

Siempre he sido un poco reacio a la adopción de nuevas tecnologías de comunicación, hoy en día llamadas “TICs”, una de tantas siglas que la vida moderna nos impone para ahorrarnos tiempo al referirnos a algo, costumbre por demás heredada de los norteamericanos que son tan prácticos para todo. Creo que a este ritmo nos veremos obligados muy pronto a cargar en el bolsillo, o en el celular, un diccionario de abreviaturas para poder desenvolvernos adecuadamente en medio de esta avalancha de información a la que nos vemos sometidos todos los días. Recuerdo que cuando aparecieron los primeros teléfonos celulares a comienzos de los noventas, comenzamos a ver a algunos de los “pioneros” en el uso de esta nueva tecnología alardeando con unos aparatos gigantescos (llamados jocosamente “panelas”) que por su precio eran inaccesibles para los ciudadanos comunes y corrientes.Comenzaron a salir entonces celulares de juguete para no quedarse atrás y al menos “descrestar” haciendo creer que se estaba “a la moda”. Obviamente, tardé mucho en dar el brazo a torcer, justificándome en que me bastaba el teléfono fijo, ya que usualmente sólo recibía llamadas para tres cosas: para que me regañaran, para pedirme favores o para ponerme tareas. Finalmente me tocó pasarme al celular, tal vez cuando me entregaron mi primer aparato como herramienta de trabajo. Solo hasta hace poco cambié mi último modelo por un teléfono “inteligente”, un “segundazo” heredado de mi esposa; esto porque mi anticuada “flecha”, con la cual me preciaba de tener una excelente señal en cualquier parte de la geografía nacional, por agreste que fuera, me hizo quedar mal al fallar ante un moderno “i-phone”. Reconozco que es una herramienta muy valiosa, sin la cual sería muy difícil mantenerle el ritmo al agite de la vida moderna.

De un tiempo para acá comencé a notar que las comunicaciones que recibía de mis contertulios por correo electrónico empezaron a disminuir dramáticamente. Pensé inicialmente que se debía a una falta de interés por comunicarse o al cansancio de recibir y enviar esos mensajes de superación o motivación, aquellos cargados de fotos de paisajes con frases célebres, o con chistes, o con alusiones a la importancia de la amistad, muchos de ellos repetidos. Poco tardé en darme cuenta que la razón simple y llana de la disminución en el caudal de e-mails se debe a que la gente no tiene tiempo o no se lo toma, para sentarse frente al computador a escribir más de tres líneas en un mensaje de correo electrónico, pudiendo acortar la comunicación a través de una de las modalidades de “chateo” (he ahí otro anglicismo que resultaría tal vez ridículo traducido al español) que no están sometidas a tener que cumplir ninguna regla de corrección en la comunicación escrita. Ni qué decir de las personas que mantienen una gran actividad en Internet o en redes sociales como “Facebook”, “Twitter”, “Instagram” y “Whatsapp”, además de muchas otras “aplicaciones” que ni siquiera conozco. Me pregunto cómo sacan tiempo para llevar a cabo otras funciones vitales como dormir, comer, sostener una conversación, por mencionar solo las menos íntimas, o sencillamente, para trabajar. El problema de la dependencia excesiva del Internet y de las redes sociales ha llevado a algunas empresas a controlar el tiempo que los empleados utilizan para atender esos distractores que poco aportan al cumplimiento de los objetivos laborales. No sé hasta dónde ha alcanzado esta tendencia a los entes oficiales, algunos de los cuales no se caracterizan precisamente por la alta eficiencia de sus funcionarios ni por el rigor de las “chivas” que sueltan a través de las redes sociales, en forma por demás irresponsable y hasta decadente. El asunto es tan grave que ya está llamando la atención de las autoridades de salud a nivel mundial. Se han caracterizado ya varias enfermedades como la “nomofobia” (el miedo a no tener su celular a la mano), el “síndrome de la llamada imaginaria” (alucinación que lo hace creer que su celular ha timbrado o vibrado), “depresión del Facebook” (debida a exceso o déficit de contactos en este medio), dependencia excesiva del Internet (necesidad de estar permanentemente “conectado”) y “cibercondria” (creer que se padece de alguna enfermedad de la cual se enteró por Internet), por mencionar solo algunas. Los profesionales de la salud mental atribuyen el origen de algunas de éstas a una necesidad humana de reforzar el “ego”, evitando así el anonimato. Esto sin mencionar los accidentes que han ocurrido por estar “pegado” al teléfono como caerse a un precipicio o a una alcantarilla o ser atropellado al cruzar la calle por no desprender su mirada de la pantalla o “display” que llaman. Mucho más preocupante es la incapacidad de algunos jóvenes y niños para comunicarse verbalmente, inclusive con sus familiares más cercanos o para realizar actividades por fuera de la realidad virtual. La última perla es el juego “Pokemon Go”, el cual tiene anonadada a una buena parte de la población mundial de todas las edades.

No me alegro pero si “siento un fresco” por mi decisión de mantenerme firme en hacer todo lo posible por no caer en la trampa de la dependencia del celular o del Internet, a pesar de que en días pasados alguien me preguntó sorprendido: ¿Cómo puedes vivir “desconectado”?, a lo cual respondí: “No sé, pero sobrevivo, utilizando el celular solamente para lo que fue hecho, es decir, para hablar por teléfono”.

La próxima vez que me digan “mandámelo por guasá” volveré a responder, sin el menor viso de vergüenza o de temor a ser tildado de retrógrado o dinosaurio, “te lo envío por e-mail”, o como máximo, “en un mensaje de texto”.