Por: I.A Camilo Echeverri Erk

Escribo estas notas durante la cuarentena obligatoria declarada por el gobierno para ralentizar la expansión de la pandemia de Covid-19. He tenido tiempo suficiente para reflexiones profundas como el significado de esta crisis para el mundo y los cambios que conllevará en nuestra forma de ver y vivir la vida. También ha habido espacio para reflexiones menos profundas, pero no menos vitales, como sobre la utilización más eficiente de la aspiradora y las técnicas para lavar loza de una manera más sostenible. Así mismo, ha sido una excelente oportunidad para poner en práctica las recomendaciones aprendidas sobre separación de residuos en la fuente. Si el prolongado encierro sirve para que todos logremos alcanzar una mayor conciencia sobre lo que debe ser nuestra contribución como individuos a una sociedad, a un país, y a un mundo mejor, habrá valido la pena el monumental sacrificio.

Difícil pensar en escribir una columna sobre un tema diferente a la pandemia sin repetir algo de todo lo que ya se ha dicho, desde las teorías conspirativas de China contra EE.UU., o viceversa, la alta letalidad del virus, las vacunas y medicamentos para su prevención y control (como, por ejemplo, ¡la recomendación de Trump de inyectar desinfectantes a los pacientes afectados!), hasta el impacto sobre la economía mundial, pasando por las recomendaciones para soportar el encierro y el efecto de este sobre la salud mental. 

Solo quiero hacer un comentario sobre el tema. Es lamentable que estemos en esta situación de parálisis casi total de la economía por efecto de la cuarentena, gracias a que el estado colombiano ha descuidado por años el sistema de salud, lo cual se traduce, entre otros, en que la capacidad de atención de pacientes en unidades de cuidado intensivo es insuficiente para enfrentar una pandemia como esta. En vez de llorar sobre leche derramada, debemos aceptar que este es el país que heredamos y es nuestra responsabilidad como ciudadanos acompañar al gobierno y a todas las instituciones en su esfuerzo para enfrentar la crisis y mitigar su impacto sobre la economía y la sociedad. El reto más grande que tiene el “establecimiento” hacia el futuro es hacer los cambios que sean necesarios, a todo nivel, para que las próximas pandemias que vengan no nos cojan “con los calzones abajo” y el país pueda salir de las crisis con la menor pérdida de vidas posible y reduciendo al máximo el daño a la economía. Si seguimos haciendo lo mismo que hemos hecho durante décadas los resultados serán los mismos, o aún peores. 

Dejando de lado el asunto, hay un hecho ocurrido durante este periodo de encierro obligatorio que pasó desapercibido por estar pensando en un fantasma, invisible pero muy real, el nuevo coronavirus. Se trata del “descubrimiento” de un presunto narco, “Memo fantasma”, quien hasta ahora había logrado pasar desapercibido para la justicia y contra quien parece no haber cargos para imputarle por su actividad delictiva y procesarlo para que reciba un merecido castigo. Es vergonzoso que haya sido un investigador extranjero quien develó su identidad y alcances. Pero es más cuestionable y ridícula la actitud y comentarios de quienes, rasgándose las vestiduras, pusieron en la picota pública a nuestra Vice (y aclaro que no soy hincha de este gobierno) porque su marido tuvo negocios con el tal Memo. ¿Quién en este país no ha tenido que ver, consciente o inconscientemente, con bienes, productos o servicios provenientes de dineros del narcotráfico? ¿Cuántos no han hecho negocios “de buena fe” con bienes muebles o inmuebles que han sido producto de dineros o actos ilegales? Esos dineros han permeado a toda la sociedad de tal manera, que es muy difícil distinguir entre los que son “buenos” y los que son de dudosa procedencia. El que esté libre de pecado que tire la primera piedra.

El narcotráfico es otro fantasma que mueve un negocio multimillonario (se estima en 18,3 billones, cerca al 2 % del PIB, mientras que el café aporta solo el 0,8 %) que no es fácil de rastrear en la economía y que explica, al menos parcialmente, por qué esta venía creciendo más que la de muchos países en la región antes de la pandemia. Crecimos 2,7 % en 2018 y 3,3 % en 2019 (el crecimiento más alto desde 2014), mientras Latinoamérica lo hizo solo en 0,1 % en 2019. Según el DANE, uno de los rubros de mayor crecimiento en 2019 (4,9 %) fue el consumo (comercio, transporte, alojamiento y servicios de comida), superado solamente por el sector de actividades financieras y seguros (5,7 %). ¿Quién puede albergar alguna duda sobre que una buena parte de este consumo proviene de dineros ilegales? 

Otros dineros “fantasmas” son las remesas del exterior, las cuales se invierten principalmente en consumo con un impacto también positivo sobre el crecimiento de la economía. En 2019 se estima que entraron al país por este concepto 22 billones de pesos, habiendo duplicado su participación en el PIB hasta alcanzar más del 2 %. Esto implica más recursos netos para el consumo que cualquier otro producto de exportación, incluido el petróleo. Cabe preguntarse cuánto de ese dinero que ingresa legalmente puede estar relacionado con actividades ilícitas.

Andrés Felipe Arias llegó hace algunos meses a la brillante conclusión que el crecimiento de la economía en el periodo 2014 – 2018 (el segundo mandato de Santos) se debía en buena medida al incremento del narcotráfico. Curiosamente, no analizó u omitió comentar el impacto de este flagelo sobre la economía durante gobiernos anteriores. La paradoja triste es que el negocio del narcotráfico se convirtió en una de las ventajas competitivas de Colombia y en uno de sus principales motores de crecimiento económico. El lado positivo es que, gracias a este, la recuperación de la economía pospandemia podría ocurrir más rápido en nuestro país que en el vecindario. 

PS: Parece que la cuarentena no ha podido atajar las exportaciones de drogas, porque los narcos están usando tapabocas.