Por: Angélica María Pardo López
angelicamaria30@gmail.com

En el anterior apunte hablábamos de cómo el teléfono celular y la permanente conectividad que ofrece está destruyendo poco a poco la conversación, una de las actividades más placenteras y enriquecedoras de la vida. Ahora hablaremos sobre cómo esta misma herramienta está acabando con una de nuestras capacidades mentales más estimables: la memoria.

Aunque hay miles de estudios que corroboran esta desafortunada realidad, no se necesita ser demasiado suspicaz para comprender que, si uno no pone atención, después no podrá recordar aquello respecto de lo cual no estaba presente más que con medio cuerpo. Si uno lee mientras ve televisión, no entenderá bien lo que está leyendo; si uno toma una clase, recordará con mayor exactitud las palabras del profesor si en lugar de tomar notas le pone atención esmeradamente. Si cualquier actividad que uno haga se ve constantemente interrumpida, la atención se dispersa, se impide la concentración y se dificulta el recuerdo. La calidad del trabajo y del aprendizaje disminuirá necesariamente si hay interrupciones provenientes de, por ejemplo, notificaciones del celular y visualizaciones de redes sociales. 

Tampoco se necesitan muchos estudios ni experimentos para saber que las capacidades que no se utilizan, se pierden. Hoy en día nadie recuerda números de teléfonos o fechas de cumpleaños porque para ello se recurre al celular. Muchos replicarán que, en todo caso, no tiene demasiada utilidad llenar la cabeza con este tipo de información si hay una herramienta a la mano que lo puede hacer eficientemente. 

Pero la cosa va más allá y tiene consecuencias reales. Si recurrimos a Google en lugar de hacer un esfuerzo por recuperar de nuestra mente información útil e importante, seremos cada vez más dependientes de los dispositivos. Además, seremos mucho más manipulables, pues no sabremos la información sino solamente dónde buscarla. Por lo tanto, creeremos acríticamente en el resultado que nos arroje el buscador. Así mismo, si utilizamos el GPS cada vez que necesitamos ir de un lugar a otro, perderemos nuestra habilidad de ubicarnos y de desplazarnos autónomamente. En últimas, con cada delegación de funciones en dispositivos “inteligentes” perdemos un poco de poder y de independencia. 

Otro ejemplo tiene que ver con la obsesión moderna por tomar fotos con el propósito de dejar memoria de cada momento de la vida. Esta práctica está logrando exactamente lo contrario: el olvido. En vano tomamos incontables fotos de lugares hermosos, deliciosos platos de comida, reuniones con amigos, atardeceres, arcoíris, etc. En primer lugar, porque una foto jamás podrá capturar la realidad ni el momento en su totalidad. En segundo lugar, porque solamente un ínfimo porcentaje de dichas fotografías se vuelve a ver. Por último, porque ocuparse de tomar fotos impide la vivencia completa del momento, impide estar presente y concentrado en el lugar que se visita, el plato que se come, la gente con la que se comparte, el atardecer que se contempla, etc. y, por consiguiente, recordar esos momentos después es más difícil. El problema está tan documentado que incluso se le ha dado un nombre propio: “Efecto incapacitante [para la memoria] de tomar fotos”. Como decíamos desde el título: sin atención no hay recuerdo. 

Por todo lo anterior, si el lector aprecia las maravillosas capacidades mentales con las que viene equipado y desea no perderlas o atrofiarlas, hay algunos consejos útiles que podría seguir en lo que respecta al uso de la tecnología. La primera y más pertinente recomendación es prestar atención, concentrarse, estar presente completamente en cada momento que se vive. Escuche con atención; no mire, no utilice el teléfono, ¡no tome fotos!, no trate de precisar detalles o resolver dudas revisando el internet. Simplemente, esté allí y regálele a su interlocutor su atención, sus palabras y su creatividad. Un segundo consejo es evitar poner el GPS. Llegar sin que un robot le esté dando a uno instrucciones es posible. Quienes hace diez años encontraban direcciones, lugares y caminos sin necesidad de un celular no son superhéroes, sino solamente personas autosuficientes utilizando sus capacidades mentales. Otra práctica útil para conservar la memoria es leer. Leer larga y profundamente, sin interrupciones ni distracciones, imaginando los escenarios, recordando la sucesión de los hechos que llevan la narración hasta tal o cual punto, controvirtiendo las ideas con las que no se está de acuerdo o apoyándolas al repasar el raciocinio del autor. Leer (leer libros) es bueno para la mente, algo que, por lo demás, no constituye ninguna novedad. Por último, descansar la mente es cuidarla. Y navegar en internet, revisar las redes sociales, utilizar el celular, hacer videoconferencias, jugar videojuegos y, en suma, continuar en esa enfermiza relación de dependencia con dispositivos electrónicos no constituye un descanso. Por el contrario, es agregar más información sin orden ni relevancia, es saltar de un lugar a otro sin sentido. Para descansar la mente, sobre todo ahora que para trabajar utilizamos herramientas tecnológicas permanentemente, es necesario apagar las pantallas y desconectarnos. 

Estos sencillos pasos, sumados a los referidos en el anterior apunte filosófico, no solo le ayudarán a desintoxicarse un poco de la tecnología, sino también a mejorar y profundizar sus relaciones interpersonales y a conservar, de verdad, sus vivencias y recuerdos en un lugar donde pase lo que pase no perecerán: su propia mente.