Por: Angélica María Pardo López

Prosiguiendo con la serie de apuntes dedicados a la tecnología, esta vez el tema es el mundo distópico que nos espera si continúa la tendencia que con la presente coyuntura han sabido tan bien aprovechar las plataformas tecnológicas. Porque es cierto que, aunque lo tachen a uno falsa y ofensivamente de conspirador o de partidario de la extrema derecha, hay quien ha sacado provecho (y grande) del aislamiento que hemos vivido durante todo este año. 

Antes de continuar, quiero dejar claro que este apunte no es una apología de una posición primitivista que pretende acabar con los computadores y volver a la época en que lo digital estaba ausente. No. No desconozco las ventajas y flexibilidad que ofrece el teletrabajo, la comunicación instantánea y barata y el acceso a cantidades sin precedentes de información. Eso está muy bien y debemos aprovecharlo a nuestro favor; lo que es inadmisible es un mundo en que la tecnología niegue el contacto humano y nos convierta en simples apéndices de un dispositivo electrónico. 

En el mundo que muchos quieren que continúe atenazado por el miedo y la zozobra, el trabajo y la educación se llevan a cabo por Google Meets, Zoom y Skype. De forma permanente (y esto es lo grave) los trabajadores no tienen más que una comunicación virtual con sus clientes, colegas y jefes y los estudiantes solo ven los nombres de sus compañeros en la pantalla. 

En ese mundo donde uno pasa de la cama directamente al computador, se puede hacer una pequeña variación: montarse en una bicicleta estática con un simulador; y hacer aeróbicos, yoga o pilates frente a una pantalla y siguiendo un canal de Youtube o una plataforma similar. Si no se cocina el almuerzo, se pide a domicilio. Las compras se hacen por Amazon o cualquier sitio web. 

La “reinvención” de los espectáculos teatrales y musicales consiste sencillamente en que ahora son por internet. Las fiestas de disfraces fueron virtuales y la Feria de Cali será, así mismo, por internet. La reactivación del sector turístico también se piensa en modo virtual, así que las “excursiones turísticas” también “se harán” por este medio. Incluso he recibido invitaciones para participar en “protestas” virtuales. Todo desde la perturbadora comodidad de la casa. 

Y para que no nos quede nada por fuera, el establecimiento de las relaciones amorosas también se hace a control remoto, por Tinder, Happn y aplicaciones parecidas, donde se escoge parejas como en una vitrina. Francamente, no sabe uno si reír o llorar. 

Los espacios de socialización y convivencia en los contextos de la educación y el trabajo – el recreo, el almuerzo y el café- fueron anulados. Los apretones de mano y las conversaciones frente a frente -esenciales para el establecimiento de relaciones de confianza con el prójimo- fueron prácticamente criminalizados. Las fiestas se volvieron el más clásico prototipo del pecado ¿Qué efecto sobre nuestra psicología tiene guardar al menos dos o tres metros de distancia de todas las demás personas? ¿Alguien se lo ha preguntado? 

En un principio, la tecnología se mostraba como una herramienta con la capacidad de amortiguar el impacto de la tan drástica decisión gubernamental de aislamiento. Hoy amenaza con perpetuar un modelo de sociedad altamente atomizado, donde el padre sospecha del hijo y el hijo del padre, donde el contacto humano es evitado a toda costa o mediado por dispositivos electrónicos, donde no hay diálogo ni oportunidad de que se genere y donde cada uno se sentirá cada vez más solo e intrascendente. 

La tecnología de las comunicaciones avanzó más rápidamente de lo que lo hubiera hecho sin esta coyuntura, sin darnos tiempo de pensar en cuál es la mejor forma de utilizarla y qué consecuencias tiene hacer semejante salto mortal hacia lo digital. 

Es hora de pensar si queremos que las cosas sigan como van, con lo que pronto nos consumiremos por completo en este vértigo de “nueva realidad” (nueva realidad virtual) o si utilizaremos la tecnología y las comunicaciones como herramientas para nuestro favor y provecho.