Por: I.A Camilo Echeverri Erk

Al momento de escribir estas líneas, por fin el Gobierno decretó la terminación del confinamiento preventivo obligatorio. Aunque el virus seguirá rondando hasta que alcancemos la inmunidad de rebaño o esté disponible la vacuna, es el momento de pasar la página de la pandemia de la Covid-19 y pensar en retomar lo que quedó pendiente. Sobre todo, en cómo recuperarnos de los efectos económicos y sociales de esta crisis. 

Con respeto hacia los creyentes, me parece que al presidente Duque se le apareció la virgen (la de Chiquinquirá) con la pandemia, después de desperdiciar buena parte de su primera etapa de gobierno en una lucha infructuosa contra la JEP. Su primer año se caracterizó también por una pobre gestión con el legislativo, debida a su falta de experiencia política y la de su equipo. Las primeras acciones de gobierno parecían más consecuentes con el discurso revanchista contra el gobierno anterior, pronunciado por el senador Macías – el de la última “jugadita” – en el día de la posesión presidencial, que con sus promesas de reconciliación y unidad nacional expresadas ese mismo día. Por otro lado, la ola de protestas sociales iniciada en noviembre del año pasado, la cual había quedado en receso durante la temporada de fin de año y que se debía retomar en marzo de este año, también quedó pospuesta por fuerza mayor, dándole también un respiro al Gobierno. Dadas las dimensiones del impacto social de la cuarentena obligatoria, una de las más largas del mundo, es lógico prever que el descontento social crezca y que pronto volvamos a las manifestaciones de protesta.

Volviendo con Duque, es justo reconocer que la llegada de la pandemia le ha permitido mostrar liderazgo en la implementación de acciones para aminorar los efectos de la enfermedad sobre la salud de la población y la situación económica de los más vulnerables. El tiempo juzgará si las medidas tomadas hasta ahora son suficientes y si sus decisiones fueron acertadas o no. La declaración del estado de emergencia le ha dado la oportunidad de maniobrar con muy poco control del poder legislativo y durante los últimos cinco meses se ha dado el lujo de aparecer todos los días en la televisión en una labor de divulgación importante, pero rayando hace rato ya en el exceso. 

Según el DANE, los indicadores de la crisis económica son preocupantes: 20,2 % de desempleo en julio (4,1 millones de personas) y caída cercana al 16 % del PIB durante el segundo trimestre del año con pronósticos grises para el crecimiento en lo que resta de este. Los estimativos del Gobierno y los de diversos analistas sitúan la caída de la producción en rangos que van entre el 5 % y el 10 %. Todo esto agravado por el creciente déficit fiscal y el alto nivel de endeudamiento externo. Como dijo el bailarín, a Duque le toca bailar ahora la parte ‘valseada’ del pasillo. 

El sector agropecuario, importante motor de la economía, pero tradicionalmente abandonado por el Estado, le ofrece al actual gobierno una gran posibilidad para lograr un mayor crecimiento, a través de la diversificación de las exportaciones y el fortalecimiento de los pequeños y medianos productores, para de esta forma empezar a reducir la brecha entre la ciudad y el campo, y entre los grandes poseedores de tierras, con frecuencia subutilizadas, y los campesinos, en su mayoría carentes de este recurso. 

Cualquier plan de desarrollo para el campo incluye aspectos como acceso al recurso suelo, y medidas de apoyo a los productores para hacer un uso más eficiente y efectivo de este recurso: asistencia técnica y de mercadeo, crédito, infraestructura (riego y carreteras), apoyo a la economía asociativa, formalización laboral y protección social. El capítulo de reforma rural integral del campo, contenido en el acuerdo de paz firmado por el gobierno de Colombia y la entonces guerrilla de las FARC, es un buen ejemplo de plan de desarrollo agropecuario. Sin el ánimo de echarle más leña al fuego de la polarización, nos guste o no, el cumplimiento del acuerdo es una obligación de este y los siguientes gobiernos. Mediante la reforma rural integral se pretende transformar el campo, cambiando las condiciones sociales y económicas de las zonas rurales para evitar que el conflicto se repita y para reversar sus efectos. La contribución que pueden ofrecer estas transformaciones para recuperar la tranquilidad de las regiones más afectadas por el conflicto armado, aquellas que hoy en día siguen aportando el mayor número de muertos, es inmensa.

A cuatro años de firmado el acuerdo, el capítulo de la reforma rural integral es el más rezagado en su ejecución. Un análisis reciente de la Contraloría estima que faltan 54,5 billones de los 156,5 billones contemplados para su implementación. Al paso que vamos se requerirían 25 años – 10 años más de lo previsto – para cumplir con el plan. El programa de sustitución de cultivos ilícitos cubre hoy solamente al 2% de las familias campesinas que viven de estos. Lograr la meta de integrar a todas las familias a este programa se tomaría 139 años al ritmo actual. Las obras del programa de desarrollo con enfoque territorial (PDET) muestran una ejecución del 1,5 % anual. Se necesitarían 40 años para cumplir la meta trazada. Y para rematar, la propuesta que se discute en el Congreso del presupuesto nacional para el 2021 incluye una partida de tan solo 1,1 billones para el sector agropecuario (inferior a la del 2020).

No se debe echar en saco roto la necesidad del análisis de la sustitución de importaciones de alimentos en los cuales nuestros productores puedan alcanzar niveles competitivos, gracias a acciones estatales en investigación y desarrollo, asistencia técnica y extensión agropecuaria, crédito para infraestructura y mejoramiento de vías terciarias, entre otras.

El presidente Duque está frente a una oportunidad histórica para liderar un verdadero cambio en el sector agropecuario colombiano. Para lograrlo, deberá dejar de lado su cómoda función de tele-director de la gestión de la pandemia y dedicarse con su equipo a visitar las regiones más golpeadas por el conflicto para llevarle progreso a un sector de la economía hasta ahora totalmente descuidado por el Estado. Ojalá la virgen lo siga iluminando y, con su mentor más concentrado en su defensa judicial, se pueda liberar de viejos rencores y afrontar este enorme reto con grandeza, dejando atrás los odios partidistas.