Por: I.A Liliana Sánchez
Dir. Técnico SYS Technólogies
A lo largo de la historia las plantas han sido maestras en el tema de la adaptación. Desde la formación de las algas, pasando por los musgos, los helechos y las coníferas, hasta las plantas con flor. Debemos mirar la vegetación actual con una visión holística, ya que en un mismo momento de la historia se pueden encontrar ejemplares de diferente origen y evolución, lo que ratifica su gran capacidad de adaptarse a los cambios de cada temporada.
Durante el transcurso de toda su vida, las plantas atraviesan por muchas situaciones de supervivencia; por ejemplo, desde la semilla que cae al suelo puede ser alimento de un animal o ser cubierta por otra planta con la que tendrá que competir. También es posible que caiga en un terreno con condiciones extremas de sequía o humedad y, de todos modos, debe continuar con su proceso de crecimiento y desarrollo. De hecho, la sola insuficiencia de un nutriente esencial como el calcio, el hierro o el potasio ya es un indicativo de un cambio de todo su metabolismo, su estructura y su capacidad de multiplicarse. Esa escasez de nutrientes genera una necesidad de adaptación.
Hoy se sabe que los antepasados de las plantas eran microorganismos protistas y que posiblemente eran muy similares a las algas verdes (por que utilizan también la clorofila para hacer la fotosíntesis). En sus inicios carecían de órganos estructurados como los que conocemos hoy: raíces, tallos, hojas y, mucho menos, estructuras reproductivas. Sin embargo, fue precisamente el haber sido capaces de adaptase a las diferentes circunstancias del ambiente lo que hizo que desarrollaran estructuras reproductivas y se valieran de los insectos, el viento y las aves para repartir su polen, llenando de diversas formas de vida vegetal cada latitud del planeta.
Las plantas no lo hicieron solas. Se valieron de todos los recursos del entorno, pero a cambio debieron modificar sus estructuras, compartir nutrientes para convivir con otras plantas que fueran más fuertes o produjeran metabolitos que las favorecían al vivir cercanamente. Ninguna de ellas estaba predeterminada a vivir de una forma, pero sí han mantenido un patrón universal que han respetado. Este patrón implica que siempre las plantas intercambian algo para conservar el equilibrio del ambiente, ya sea oxígeno, frutos, alimento, etc. Lo que toman lo devuelven o lo comparten para seguir perpetuando la especie en este hogar llamado planeta Tierra.
Vale la pena recordar que el término “ecología”, etimológicamente hablando, öKologie es el estudio del hogar, oikos (casa, hogar) logos (estudio) y el hogar es la base de todos los sistemas. Esta ciencia que estudia las relaciones de los seres vivos con las características de su medio ambiente se basa en dos acciones: dar y recibir (entradas y salidas).
Si interpretamos el hogar como un sistema donde sus partes son interdependientes y que actúan bajo un conjunto ordenado de normas y procedimientos que regulan el funcionamiento de un grupo o colectividad, sería más fácil comprender que la evolución depende en gran medida de la capacidad de ajustarse y adaptarse al entorno. Esta adaptación solo es posible cuando el individuo se autorregula para dar y recibir en la justa medida de las circunstancias, es decir, cuando controla las entradas y salidas del sistema para que haya equilibrio.
Por tanto podemos pensar que en realidad la deficiencia de un nutriente o de un recurso no es un obstáculo para que los sistemas vegetales evolucionen. Las plantas bajo cualquier deficiencia se han modificado para garantizar la evolución del sistema.
Los humanos también tenemos la capacidad de adaptación de las plantas. Hemos sobrevivido a eras glaciales, sequías, pestes, hambrunas, plagas, guerras y aún así, hemos seguido avanzando.
Los humanos colonizamos el planeta partiendo desde África. Enriquecimos nuestro ADN integrándonos con otros. De igual manera las plantas han intercambiado su ADN entre ellas para producir especies más adaptadas y competitivas en su entorno.
Si esto es así y ambos seres vivos han superado tantas circunstancias históricamente, vale la pena preguntarse ¿Por qué parece que los seres humanos en ocasiones perdiéramos esa capacidad de adaptación y resiliencia?
Una de las diferencias fundamentales en este proceso de adaptación de las plantas y de los humanos es la capacidad que tienen las plantas de regular las entradas y salidas sin apegarse, sin sufrir por el apego a lo que el entorno les ofrece. Ellas simplemente se desprenden de lo que no es indispensable y utilizan los recursos de forma equilibrada, usan la ley del mínimo. Los humanos en cambio nos resistimos al cambio, nos es difícil desprendernos, dar, compartir; luchamos por retener, protestamos para acaparar más, sufrimos por la insuficiencia y, finalmente, nos es muy difícil ser flexibles ante situaciones limitantes y aceptar que en la medida de que el entorno esté bien y solo así, todos los humanos estaremos mejor. La gran enseñanza de las plantas en estas circunstancias podría ser que no hay tiempos buenos ni tiempos malos, solo se trata de adaptarse y equilibrar el sistema, sólo se trata de dar, porque dar es inherente a recibir.
La buena noticia es que cualquier humano puede ser resiliente, ya que es una característica que se desarrolla cuando nos sobreponemos a las dificultades que vivimos y utilizamos esas situaciones para crecer y desarrollar al máximo nuestro potencial. Para las personas que ya han desarrollado la resiliencia no hay tiempos malos sino momentos difíciles por superar.
Para desarrollar la resiliencia basta empezar por reconocer los potenciales propios, las fortalezas y habilidades, así como las propias limitaciones, para poder usarlos a nuestro favor. Reinventarnos, ser creativos, confiar en nuestras capacidades sin perder de vista los objetivos, reconocer la importancia y virtudes de los que nos rodean, ser humildes para pedir ayuda cuando es necesario, reírse de uno mismo, buscar siempre oportunidades de aprender sin desfallecer por lo difícil que sea el aprendizaje. Asumir las crisis como una oportunidad para aprender, mejorar y crecer. Las personas resilientes no se preguntan ¿por qué? sino ¿Para qué? y lo más importante, definitivamente, es tener la habilidad de vivir el presente conscientemente, pues les permite desarrollar la aceptación.
Al no tratar de controlar las situaciones ni resistirse, se enfocan en manejar sus emociones y se abre la posibilidad para la generación del cambio con optimismo, contagiando al entorno para crear una red de apoyo e, inclusive, se flexibilizan para adaptar los planes propios y modificarlos en beneficio de la comunidad, Sin que esto implique que renuncien a sus metas sino que, por el contrario, las mejoren.