Por: Camilo W. Echeverri Erk, I.A.
Cali, Colombia

Es mucho lo que se ha dicho y escrito – verdades y mentiras – durante más de cuarenta días de uno de los paros nacionales más difíciles que ha vivido el país en tiempos recientes. La protesta ha sido mayormente pacífica y hemos presenciado el despertar de muchas comunidades, especialmente jóvenes, que decidieron alzar su voz de protesta contra un Estado y una sociedad excluyentes. El costo en términos de muertos y heridos, personas desaparecidas, infraestructura de transporte y propiedad privada destruida, y disminución de la actividad económica, es enorme. Espero que este gran sacrificio que está haciendo Colombia valga la pena y que estas manifestaciones de inconformismo social sirvan para corregir el rumbo del país. 

En cuanto a la chispa que encendió la protesta, la fallida reforma tributaria presentada por el gobierno, y luego retirada -tardíamente-, no he podido encontrar una explicación convincente sobre las razones que llevaron al presidente Duque a tramitarla en plena pandemia de Covid-19. ¿Cómo se explica que el gobierno no haya medido el riesgo de ‘alborotar el avispero’, en medio de una situación ya de por sí muy delicada? O, si lo conocía, ¿cuáles eran sus propósitos?

En un artículo anterior sostuve que, tras el primer año y medio de un gobierno errático, enfocado principalmente en ponerle palos a la rueda de la implementación del acuerdo de paz con las antiguas FARC, al presidente ‘se le había aparecido la virgen’ (de Chiquinquirá) con la llegada de la pandemia. Reitero, como lo hice en el artículo en mención, mi respeto a los creyentes. La gestión de la pandemia le permitió mostrar algo de liderazgo en un asunto tan complejo, especialmente para un país en desarrollo y con limitados recursos. Con todas las falencias que pueda haber tenido su estrategia, sinceramente creo que el presidente lo ha hecho bien. Puede que muchos no estén de acuerdo y que piensen que se podrían haber salvado muchas más vidas si se hubieran hecho las cosas de manera diferente. Eso no lo sabremos hasta que se haya superado esta tragedia y los análisis de los científicos ofrezcan nuevas luces. O es posible que nunca lo lleguemos a saber.

Como buen tecnócrata, el presidente diseñó un plan y lo ejecutó juiciosamente con la ayuda de un grupo de funcionarios capaces y dedicados, haciéndole seguimiento todos los días en su programa televisivo, que tuvo que suspender ante el estallido de la protesta que lo sacó de su cómoda posición de presentador de televisión. Todavía no podemos cantar victoria porque estamos en un tercer pico de contagios con más de 500 muertos diarios, cifra proporcionalmente superior a la que han registrado los Estados Unidos y la Unión Europea en el mismo periodo.

Volviendo a la pregunta sobre lo que llevó al presidente a cometer el monumental y asombroso ‘error’ en cuestión, algunos analistas lo atribuyen a su falta de experiencia, su elevada autoconfianza o su terquedad, que lo llevaron a subestimar el impacto que podría tener el proyecto de reforma tributaria como detonante de una bomba que se estaba gestando desde tiempo atrás. Pretender echarle la culpa al exministro Carrasquilla es, a mi parecer, como hacer responsables a los mandos medios de una empresa por los efectos de una mala decisión de sus cuadros directivos. El supuesto cuestionamiento del partido de gobierno al presidente, al afirmar que le habían advertido sobre la inconveniencia de darle trámite a una reforma tributaria en estos momentos, me parece que genera suspicacias. Luce más como una estrategia para apartarse de un presidente que no ha mostrado el mejor desempeño y que ha sido blando (para los estándares de la derecha) al permitir el crecimiento de la protesta social, poniendo en riesgo la continuidad del partido al frente del gobierno en el próximo periodo presidencial. Parece que el presidente se ha convertido en una figura incómoda para el Centro Democrático y que conviene políticamente distanciarse de él -con diplomacia- para presentar un candidato que le pueda hacer contrapeso, con “mano firme y corazón grande”, a las opciones que están surgiendo en los sectores de izquierda y centroizquierda. 

Para corroborar esta hipótesis, al momento de escribir estas líneas se está gestando una propuesta de reforma tributaria en el Centro Democrático, paralela a la que está diseñando el gobierno. Es posible que la estrategia sea crear confusión y beneficiarse de una ambigüedad que le permita acomodarse a un entorno político aún incierto. Es probable que al presidente le esté pasando lo del ternero que la vaca desteta a la fuerza porque tiene que guardar energías para la próxima cría.

Así como el partido Centro Democrático, lamentablemente, otras corrientes políticas -de izquierda y derecha- están haciendo lo mismo, pensando más en quién debe ser el próximo presidente que en solucionar el problema de fondo. La clase política no ha mostrado grandeza convocando a una unidad nacional que siente las bases para llegar a una solución a la crisis. Qué bueno sería que otros políticos siguieran el ejemplo de Carlos Fernando Galán y Humberto de La Calle al hacer un mea culpa aceptando su responsabilidad por los errores cometidos. Un gesto así requiere de mucha humildad, condición poco común en la mayoría de los seres humanos.

El hecho es que las campañas electorales para congreso y presidencia ya están en marcha. Es importante que Colombia aprenda la dura lección de lo que puede pasarle al elegir un presidente inexperto, por bienintencionado, comprometido y dedicado que sea. Este país requiere y se merece un líder que conozca a profundidad su realidad social y que tenga el bagaje político para dirigirlo, logrando convocar las diferentes fuerzas y actuando, cuando sea necesario, con independencia de los líderes de su corriente política, para beneficio de la mayoría de la población. Los jóvenes deben concientizarse de la importancia que tiene su participación política si quieren un mejor país. Si no lo hacen, estarán condenados a vivir más de lo mismo. Afortunadamente, en cuanto a candidatos, Colombia también es un país biodiverso.

Dejando de lado el tema político, me parece que los acontecimientos del paro han mostrado que definitivamente hay razones de fondo para que un gran sector de la población haya salido a reclamar con justa razón por una situación de inequidad que viene de muy atrás, y que ha desembocado en el empobrecimiento de más del 40 % de los colombianos. Aurelio Suárez cita en su columna en la revista Semana (junio 6 de 2021) unas cifras que ilustran el gran desequilibrio que hay en la sociedad colombiana: 

  • Colombia es el tercer país de Latinoamérica, después de Brasil y Guatemala, con la peor distribución de la riqueza.
  • El uno por ciento más rico concentra el 40,6 por ciento de la riqueza.
  • De cada 100 pesos de ingreso, al 50 por ciento más pobre de la población solo le llegan 17, mientras que al 10 por ciento más rico le tocan 40.
  • Entre 1’380.000 empresas analizadas, las primeras 3.600 acaparan el 40 por ciento de las utilidades totales.
  • La mitad de las personas que trabaja está en la informalidad, y el 88 por ciento de los empleados gana menos de dos salarios mínimos.
  • De 100 niños y niñas que entran a primaria, 44 aprueban el grado 11, pero solo 21 entran a la universidad, y apenas diez terminan la educación superior.

La pandemia fue como la gota que rebosó la copa y que llevó a grandes multitudes, entre ellas muchísimos jóvenes, a las calles, a pesar del inminente riesgo de contagio. Las justificadas protestas –también hay que decirlo-  han sido aprovechadas por toda clase de intereses que han implantado el desorden para el logro de sus oscuros objetivos. Acá también el Estado ha demostrado su gran incapacidad para mantener el control.

Sería equivocado e injusto atribuir las causas del fenómeno social actual y sus orígenes al gobierno de turno. Al igual que en Chile, por citar solo un ejemplo, una buena parte de la sociedad está rebelándose contra un sistema que ha favorecido los intereses de las clases dirigentes en desmedro de las clases más necesitadas. Se requieren profundos cambios en el manejo del Estado para corregir el rumbo, poniéndole todo el énfasis, antes que nada, a mejorar las condiciones de los colombianos más pobres. 

Debe dársele tanta importancia a la protección de los menos favorecidos como la que se le está dando a la protección del medio ambiente. Vemos en Colombia y en todo el mundo cada día más campañas para proteger el planeta para las generaciones futuras. Está de moda hablar sobre la sostenibilidad ambiental; es uno de los mantras con los que las instituciones y las empresas –públicas y privadas– pretenden demostrar su responsabilidad con las generaciones futuras. Pero no es suficiente con pregonar una conciencia ambiental si los mayores contaminantes del mundo no dan ejemplo con acciones concretas para mitigar su impacto sobre el planeta. Además, ¿nos hemos detenido a pensar en que, si seguimos como vamos, cada vez podrían ser menos los que puedan llegar a disfrutar a plenitud un planeta ‘limpio’ porque no tienen siquiera resueltas sus necesidades básicas? Para proteger a la humanidad es perentorio garantizarle alimento, educación, salud y seguridad a toda la población, porque no se le puede exigir a los que están luchando por conseguir el pan de cada día y un mejor futuro para sus familias que, además, se preocupen por cuidar el planeta. La sostenibilidad no es viable con inequidad social. Por eso hay que pensar y actuar, primero, en lo social.