Por: Angélica María Pardo López

A mediados del mes de enero la compañía WhatsApp anunció a sus usuarios que sus términos, condiciones y política de privacidad cambiarían, y que quienes no aceptaran los cambios no podrían seguir utilizando la aplicación. 

El asunto se planteó como una transacción en la que el usuario renunciaría a una parcela de su privacidad a cambio de conservar su cuenta de WhatsApp. La indignación creció, algunas celebridades invitaron al público a dejar de utilizar la popular herramienta y las descargas de otros servicios de mensajería como Signal aumentaron vertiginosamente. Tal fue la fuga de usuarios que WhatsApp aplazó la puesta en marcha de las reformas anunciadas.  

Aún hoy reina la confusión alrededor de qué es lo que pretende WhatsApp con su cambio de políticas, y no es para menos, pues se necesita ser muy versado en temas tecnológicos y legales y disponer de mucho tiempo para darse a la tarea de entender las implicaciones de las reformas. 

Como sabrán los lectores, la compañía madre de WhatsApp (y de Instagram) es Facebook, lo cual es de suma importancia en este asunto, pues lo cierto es que los cambios de política están orientados a profundizar la integración de información que sobre los usuarios tienen estas plataformas, lo que les sirve para monetizar aún más su actividad al poder dirigir a cada individuo anuncios e información más personalizados e introducir otros servicios, dentro de los que se encuentran el uso de WhatsApp para operaciones comerciales.  

Aunque no es posible para WhatsApp conocer el contenido de sus comunicaciones, toda vez que ellas se transmiten de forma encriptada, con la cantidad de información periférica que la compañía tiene sobre usted se puede saber mucho sobre quién es, con quién se relaciona, dónde está, para dónde va, cómo se comporta, etc. Toda esta información es muy valiosa y puede utilizarse de múltiples formas, inclusive en contra del usuario mismo, pero de esto hablaremos en otros apuntes.

Los expertos en privacidad recomiendan el uso de aplicaciones más respetuosas de los datos personales como Signal, que tiene varias características que la hacen muy preferible. 

En primer lugar, es gratis y garantiza que las comunicaciones se transmitan de forma segura pues van, también, encriptadas. De hecho, el protocolo de encriptación que utiliza WhatsApp es el desarrollado por Signal, que tiene fuente abierta y ha demostrado ser seguro en varias auditorías. 

En segundo lugar, tiene una bonita e intuitiva interfaz, cuenta la posibilidad de hacer llamadas y videollamadas en grupo, un buen editor de fotos, y una funcionalidad que permite programar la desaparición de los mensajes. Además, no almacena información en el celular, por lo cual el teléfono no se va a llenar de basura.  

Por último, lo más importante es que Signal no recolecta la información periférica de los usuarios (sus metadatos), cosa que sí hace WhatsApp. Esto significa que Signal no conoce ni almacena la información sobre sus contactos, sus números telefónicos, el lugar desde donde usted se conecta ni el dispositivo que usa. Tampoco conoce cuánta batería tiene, qué sistema operativo usa en su equipo ni el proveedor que le presta el servicio de internet. Ignora, así mismo, cuánto se demora hablando, qué tan frecuentemente lo hace con cada quién, en qué grupos de conversación está y cómo se relaciona en ellos. Además, por tratarse de una compañía sin ánimo de lucro que se financia de donaciones cuyos benefactores son conocidos, su modelo económico no se basa en la explotación de la información de los usuarios. 

¿Se ha preguntado por qué WhatsApp es gratis? ¿Por qué no tiene anuncios? ¿Qué gana esa compañía (que pertenece a Facebook) al desarrollar una aplicación que permite a miles de millones de personas comunicarse? Lo que gana es información.  Su información. Y la información es poder.