Por: Angélica María Pardo López
angelicamaria30@angelica
Dando continuidad al tema de la economía azul, esta vez quiero hablar de un concepto crucial que Gunter Pauli expone en su libro “Seamos tan inteligentes como la naturaleza”: la agricultura tridimensional.
En el libro citado, Pauli expone en doce capítulos, que llama “tendencias”, casos exitosos de agricultura basada en los principios de trabajar con lo que hay, diversidad (en lugar de estandarización), optimización (en lugar de maximización), producir más valor (en vez de producir más barato) y beneficio para todos (no solo para unos pocos), entre otros. El postulado básico del libro es que, puesto que con nuestros sistemas de producción nos hemos alejado tanto de las formas en que trabaja la naturaleza, nuestros resultados no pueden más que ser mediocres, ineficientes y contaminantes. De modo que propone imitar la naturaleza, que equilibra los desbalances, no desperdicia nada, tiene un lugar para todos y sostiene la vida de todos (todas las especies, incluido el ser humano).
Uno de los motivos que se repite a lo largo del libro es la agricultura tridimensional. Según Pauli, el método de agricultura tradicional es bidimensional porque se enfoca en la producción masiva de una sola especie, ignorando la mayor parte del potencial de la tierra y el ambiente. El éxito del sistema bidimensional se mide en toneladas de determinado producto por hectárea sin tener en cuenta que ese mismo espacio podría producir muchísimas más cosas, y cuya interacción crearía múltiples círculos virtuosos que derivarían en un mayor equilibrio, en más comida sin desperdicios y sin contaminación, más empleo y en últimas, más felicidad para todos.

Un primer ejemplo es el caso de cultivo de camarones en la isla de Java (Indonesia), que me permito transcribir:
El agua de los manglares proporciona una zona de cría favorita para los camarones. Sin embargo, los manglares de Indonesia se veían como un inconveniente para los pescadores, lo que llevó a su eliminación progresiva para sustituirlos por criaderos de camarones. Sin las raíces de los manglares que filtran el agua, los monocultivos de camarones requerían un montón de productos químicos para mantener el agua «limpia». Dado que el pienso es caro, y casi todo importado, los criadores de camarones buscaron maneras de recortar costes. Alimentar a los camarones con sus propios desechos funcionó durante un tiempo, hasta que el ataque devastador del virus de la mancha blanca arruinó el negocio. Esto motivó que la Universidad Politécnica de Yakarta empezara a investigar soluciones mejores. La universidad adquirió un terreno baldío a lo largo de la costa de la isla de Java, cerca de la ciudad de Surabaya. Se plantaron mangles a lo largo de los difuntos esteros y canales, donde la universidad comenzó a criar camarones. El agua más saludable gracias a la presencia de los mangles atrajo a las microalgas, y un medio marino más rico en los esteros hizo posible criar también cangrejos y sabalotes, lo que a su vez permitió el cultivo de algas como clorela y espirulina.
Así, en el mundo bidimensional de la cría de camarones original solo había camarones en los esteros, y los gastos en productos químicos para la sanidad y alimentación de los animales eran considerables. Con el nuevo modelo tridimensional (que incluye los mangles, árboles que alcanzan tres metros de altura sobre el agua y cinco metros de profundidad) los indonesios no tienen gastos en productos químicos, y además de camarones, también se cosechan cangrejos, sabalones, algas (para la producción de agar-agar, un ingrediente importante para las industrias alimentaria y cosmética), espirulina y clorela. Además, buena parte del pienso para la acuicultura proviene de larvas criadas con las heces de pollos que picotean alrededor de los esteros. Pero la historia no acaba ahí: los mangles dan un fruto que puede convertirse en un dulce saludable, y sus hojas son consumidas por cabras que también viven junto a los esteros. Y las cabras producen leche.
Hay infinidad de ejemplos de este estilo en el libro, cuya lectura recomiendo con entusiasmo. Entre ellos está el caso del cardo en Italia, que pasó de considerarse una “mala hierba” al protagonista en la producción de biopolímeros, herbicidas, aceites lubricantes para equipos agrícolas, aceites cosméticos, queso de cabra y pienso para animales. Otro de los casos expuestos es el del Centro Las Gaviotas en Colombia (Vichada), donde en una zona de 8000 hectáreas prácticamente desérticas se plantaron 8 millones de árboles, devolviéndole con ello su vitalidad a la tierra, que ahora alberga cientos de especies nativas que brindan alimento a todos sus habitantes, ha recuperado sus niveles freáticos y ahora incluso produce agua y biodiesel a partir de la corteza de algunos de sus árboles.
Los casos ejemplifican cómo incluso las carencias se pueden convertir en oportunidades. La clave está en la adopción de un pensamiento sistémico que supere las lógicas de producción que, en últimas, nos han conducido a la desesperada situación ecológica en la hoy en día nos encontramos, con peligro para nuestra especie y los demás habitantes del planeta.
Más sobre la economía azul en el próximo apunte filosófico.


