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En días pasados nos reunimos con el colega Rodrigo Gil, un agrónomo muy querido por Metroflor y con quien hemos tenido la oportunidad de colaborar en varias ocasiones. Además de agrónomo, Rodrigo es magíster en Geomática de la Universidad Nacional de Colombia, y doctor en Ingeniería de Biociencias de la Universidad Católica de Lovaina. Rodrigo tiene un fuerte interés en la relación entre el conocimiento académico y la práctica agrícola; ha trabajado tanto en el sector privado como en el público, y desde hace dos años se desempeña como docente en la Facultad de Ciencias Agrarias de la Universidad Nacional de Colombia. Su enfoque ha estado en la producción hortícola en ambientes protegidos, con especial interés en temas como el fertirriego, los cultivos por fuera del suelo y el desarrollo de tecnologías apropiadas para pequeños y medianos productores. También ha coordinado proyectos con impacto territorial y acompañado procesos de formación técnica y académica en distintos niveles. 

En esta conversación, el profesor Rodrigo compartió con nosotros sus reflexiones, experiencias y perspectivas sobre algunos de estos temas. A continuación, les presentamos sus respuestas:

Metroflor: Como profesor usted tiene experiencia en el sector privado y ahora en el sector público. ¿Hay alguna diferencia en la manera de aproximarse a la docencia en estos dos contextos?

Rodrigo Gil: En lo esencial, la labor como docente no cambia: en ambos contextos se trata de entregarse a los estudiantes, de compartir conocimientos sin guardarse nada y de acompañarlos en el descubrimiento de su vocación. Esa dimensión humana y formativa permanece intacta en ambos sectores. Las diferencias aparecen más en lo administrativo y en la forma de hacer investigación. En la universidad pública los procesos tienden a ser más complejos, pero a la vez permiten hacerse preguntas más profundas, con una mirada a largo plazo y con un fuerte compromiso con la transformación del territorio. En la universidad privada, en cambio, hay una mayor agilidad para responder a los problemas del presente, una capacidad operativa que a veces se extraña en lo público. Me siento afortunado de haber podido trabajar en ambos contextos. Conocer esas dos dinámicas me ha permitido valorar lo mejor de cada una y buscar, desde lo público, formas de conectar la investigación con soluciones concretas para el campo colombiano.

Metroflor: Desde su punto de vista, ¿qué retos y oportunidades ve en el sector agrícola del país? ¿Y en el sector floricultor?

Rodrigo Gil: El mayor reto del sector agrícola colombiano es avanzar hacia sistemas más sostenibles, resilientes y justos. Contamos con una enorme biodiversidad y una gran diversidad agroclimática, pero también enfrentamos profundas desigualdades en el acceso a tecnología, conocimiento y mercados. La gran oportunidad está en cerrar esas brechas: fortalecer la educación rural, promover la asociatividad y aprovechar tecnologías, pero, y esto es clave, tecnologías que respondan realmente a nuestras necesidades. No cualquier solución tecnificada con buen marketing aporta; debemos evitar caer en la adopción de tecnologías que crean necesidades inexistentes o que no son prioritarias en nuestro contexto. En el caso del sector floricultor, uno de los más tecnificados del país, el reto está en mantener la competitividad sin perder de vista la sostenibilidad social y ambiental. Aunque se han logrado avances importantes, aún hay mucho por hacer en términos de eficiencia en el manejo del recurso hídrico y el uso de energía. De hecho, el sector se encuentra inmerso en un proceso de actualización tecnológica: cambios en el diseño de invernaderos, incorporación de nuevos materiales, y expansión de los sistemas sin suelo —antes casi exclusivos del clavel, hacia otras especies. Desde la universidad, y en particular desde la Facultad, estamos trabajando de manera conjunta en la formación de profesionales que puedan responder a estos desafíos, con énfasis en la producción hortícola en ambientes protegidos.

Metroflor: Sabemos que usted es muy activo en investigación aplicada. ¿Qué proyectos está desarrollando en este momento?

Rodrigo Gil: Actualmente estoy coordinando un proyecto de extensión: el Diplomado Internacional en Fertirriego, que busca mejorar la eficiencia en el uso del agua y los nutrientes tanto en cultivos a campo abierto como bajo invernadero. Esta es la segunda versión del diplomado, y ha sido todo un éxito. El propósito es consolidarlo como una herramienta de formación continua que apoye la modernización del sector agrícola en Colombia y América Latina. Paralelamente, estamos desarrollando un proyecto de investigación enfocado en el modelado de sustratos orgánicos. La idea central es construir una herramienta que permita predecir el comportamiento de un medio de cultivo, a partir del conocimiento previo de las características fisicoquímicas de los sustratos que lo componen y de las condiciones en las que va a ser utilizado. Uno de los mayores desafíos ha sido lograr una formulación verdaderamente interdisciplinar, ya que el proceso de escritura nos ha llevado a reflexionar, por ejemplo, sobre el impacto ambiental del uso de ciertos sustratos y la necesidad de incorporar esa variable en la información que se entrega a los tomadores de decisiones. El objetivo es que la selección de un sustrato no se base únicamente en criterios técnicos o financieros, sino también en su potencial impacto ambiental. Esperamos tener una propuesta concreta para el sector antes de que finalice el año.

 Metroflor: ¿Le recomendaría a un joven bachiller estudiar agronomía? 

Rodrigo Gil: Lo primero que les recomendaría es que se escuchen a sí mismos: que se pregunten qué quieren ser, qué quieren hacer. Si al responder esas preguntas sienten una conexión con una profesión que combina ciencia, tecnología y sensibilidad social para aportar a un mundo que enfrenta crisis climática, inseguridad alimentaria y degradación ambiental, entonces sí, la Ingeniería Agronómica es una excelente opción, y se las recomiendo con entusiasmo. Eso sí, es importante que lleguen con vocación. Que les guste el campo, el suelo, el agua, la tecnología; que no les incomode madrugar, caminar con botas, mojarse con la lluvia o asolearse. Que disfruten de los paisajes, de la diversidad de saberes y culturas que se encuentran en lo rural. Porque el mundo necesita agrónomos, pero no cualquier agrónomo: necesita agrónomos comprometidos, críticos y creativos. Además, la agronomía abre muchas puertas. No solo hacia el trabajo directo en el campo, sino también hacia la investigación, la docencia, el emprendimiento y la política pública. Es una carrera con múltiples caminos para transformar el territorio.

Metroflor: Nos enteramos de que hace poco estuvo visitando otros países por temas de trabajo. Puesto que la academia siempre está a la vanguardia, le quisiera preguntar: ¿qué buenas prácticas agrícolas que ya se empleen en otros países podríamos emplear en Colombia?

Rodrigo Gil: Recientemente tuve la oportunidad de visitar España, en particular la región de Almería, donde se ha desarrollado un modelo muy interesante de agricultura intensiva bajo invernadero. Allí conocí técnicas como el enarenado, el uso de blanqueado para regular la radiación solar, y tecnologías de fertirriego altamente eficientes. Pero más allá de lo técnico, me impresionó la fuerza de la asociatividad y la gestión colectiva del conocimiento, que han sido claves en la transformación del territorio. En Colombia podríamos adaptar muchas de estas prácticas, siempre teniendo en cuenta nuestras condiciones tropicales y contextos sociales. Pero, tal vez, lo más importante que podríamos aprender es precisamente esa capacidad de organizarnos en torno a un bien común. En los modelos asociativos que observé, el interés particular no desaparece, pero pasa a un segundo plano para dar lugar a una lógica más solidaria y cooperativa. Se construye sobre la certeza de que si al colectivo le va bien, también le irá bien a cada uno de sus integrantes. Esa es una lección poderosa que aún estamos en proceso de aprender y aplicar.