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Por: I.A. Camilo Echeverri Erk,

En uno de los almacenes de la cadena Éxito en Cali comenzaron hace poco a cobrar una pequeña tarifa por el ingreso a los baños públicos. Me sorprendió que, a la entrada, la encargada me dijera: – Tranquilo señor, los mayores de 60 no pagan. Herido en mi amor propio, pero para ponerle un poco de humor a la situación, le pregunté: – ¿Y cómo sabes que soy mayor de 60? – Porque soy bruja -, me respondió sonriente. Le devolví la sonrisa e ingresé a cumplir con mi urgencia, pensando que me hubiera gustado más que me hubieran cobrado el peaje.

A partir de mi jubilación, siempre me ha rondado la pregunta en la cabeza si ya pertenezco a la honrosa categoría de persona de la tercera edad. Confieso que me da pena utilizar la fila prioritaria en bancos, supermercados y oficinas de atención al público. Alguna vez en un supermercado, haciendo la fila ‘normal’, un joven se acercó a la caja preguntando si esa era la fila prioritaria. Al no haber nadie más en la fila, me sentí aludido.

Recurriendo a la omnisciente inteligencia artificial encontré la siguiente definición sobre el inicio de la tercera edad:

“La tercera edad, o vejez, se considera que comienza a los 60 años de edad, según el Ministerio de Salud y Protección Social. Aunque algunas fuentes mencionan los 65 años como el inicio de la vejez, esta distinción se basa más en aspectos sociales y legales que en criterios biológicos. Los estudios científicos no identifican un punto de inflexión claro en la transición de la mediana edad a la tercera edad”.

Me quedó claro que, además de ser un HP (honorable pensionado) – para usar una abreviatura puesta de moda recientemente por nuestro presidente – soy un digno exponente de la tercera edad. Aceptado lo anterior, no queda más que seguir disfrutando de la tercera edad, burlándome de vez en cuando de mí mismo y de otros HPs. Al respecto se me viene a la memoria uno de tantos cuentos – también viejo – que hay sobre las características que definen las diferentes edades del hombre (que me perdonen las damas): de los veinte a los treinta años estamos en la edad del ‘poder sexual´; de los treinta a los cincuenta pertenecemos al grupo de los que tienen ’poder económico’, y de los cincuenta en adelante al del ‘poder orinar’. Afortunadamente, todavía clasifico en este último.

Se preguntarán los amables lectores (y lectoras, por supuesto) que hayan llegado hasta acá ¿qué interés puede tener el tema para los menores de sesenta? – con seguridad la gran mayoría de los que disfrutan de recibir esta revista. Mauricio Botero Caicedo, en su columna del 1º. junio de este año en el periódico El Espectador titulada “Cada día seremos menos, más pobres y más endeudados” sostiene:

“Colombia enfrenta una pronunciada disminución en su tasa de natalidad: en la década de los 60, el promedio era de más de seis hijos por mujer; hoy está debajo de 1,62, tasa que no es suficiente para reemplazar a la población existente. El envejecimiento progresivo de los habitantes, estimándose que en el 2050 por lo menos la mitad de la población va a ser mayor de 60 años, significa que Colombia debe encarar que vive una crisis demográfica que está cercana a implosionar: con un Gobierno que no para de endeudarse, no solo somos cada día menos, sino que en un futuro cercano estaremos más endeudados, más pobres y más frágiles”.

Continúa el columnista, planteando que los principales detonantes de la crisis demográfica son, por un lado, la emigración, que ronda los 440 mil colombianos por año, la mayoría profesionales entre los 20 y 39 años, que se ‘fugan’ del país buscando mayores y mejores oportunidades de trabajo. Esta salida masiva de cerebros limita el potencial de innovación y desarrollo del país, generando vacíos en sectores clave de la economía y afectando la productividad y competitividad. Por otro lado, sostiene Botero, el impacto de la crisis demográfica en las pensiones va a ser grave, ya que se van a reducir de manera pronunciada los cotizantes al sistema pensional. Hoy en día solo uno de cada cuatro trabajadores cotiza regularmente. Los subsidios pensionales pasarán de representar el 4 % del PIB a cerca del 8 % en quince años. Pero, más grave aún, no solo habrá menos cotizantes, sino que una población envejecida necesariamente va a exigir mayores gastos en salud, renglón al que se destina el 8,1 % del PIB.

Finalmente, según Botero, los dos cambios demográficos, la reducida natalidad y la emigración, aparte del sistema pensional y de salud, van a tener implicaciones significativas en áreas como la educación, la vivienda y el costo laboral, generando enormes desafíos en términos de sostenibilidad y distribución de recursos. Una población decreciente y envejecida no va a generar recursos para enfrentar el bajo crecimiento y la falta de competitividad del país.

Me disculpan, jóvenes lectores (y lectoras), por presentarles este oscuro panorama para cuando lleguen ustedes a la tercera edad. Para ese entonces, estaré aproximándome a la cuarta, o tal vez ya ‘viendo crecer la yerba desde abajo’, como decía mi padre. 

El llamado a las generaciones con poder de decisión es a elegir con mucho cuidado y conciencia a futuros gobernantes de Colombia que tengan la capacidad y experiencia necesarias para enfrentar los enormes retos que le imponen al país, entre otros, las preocupantes tendencias demográficas que señala el momento actual.