Por: Angélica María Pardo López
En el año 2012 Facebook y la Universidad de Cornell, en Estados Unidos, se asociaron para realizar un experimento en el área de la psicología. El experimento buscaba saber qué tan contagiosas pueden llegar a ser las emociones en el contexto virtual. Para esto, se tomó una muestra de casi 700.000 usuarios aleatorios a los que, durante una semana, se les mostró en el muro de su Facebook un contenido manipulado. El contenido que se mostró durante esa semana estaba filtrado de tal manera que la mitad de la muestra veía videos, comentarios, entradas etc. con más palabras negativas, en tanto que la otra mitad veía contenidos mucho más positivos u optimistas. Lo que querían saber los investigadores es cómo estos cambios afectarían el comportamiento de los usuarios.
El resultado del experimento (que no contó con ningún tipo de consentimiento informado por parte de los participantes) indicó que, en efecto, las emociones son altamente contagiosas en el contexto virtual. Las personas que vieron más contenidos positivos postearon, así mismo, entradas y comentarios de carácter positivo. Por el contrario, quienes fueron expuestos a contenidos negativos, produjeron ellos mismos más contenidos negativos.
Este experimento es muy importante porque hizo sonar una alarma que nos advierte que las redes sociales pueden ser usadas como un instrumento de manipulación masivo y efectivo.
Por una parte, el uso de redes sociales tiene el problema de crear una especie de burbuja en donde las posiciones se radicalizan y se excluye la diferencia, lo que hace, obviamente, mucho más difícil el diálogo. Como uno está conectado generalmente con personas que comparten sus mismas opiniones políticas, uno tendrá mayor exposición a contenidos con esa misma tendencia política y menos exposición a contenidos con otras tendencias. Por ejemplo, si usted es de izquierda verá más contenidos de izquierda (porque sus contactos probablemente también tienden a la izquierda) y viceversa.
Por otra parte, como se vio con el experimento Facebook-Cornell, es extremadamente fácil filtrar el contenido al que están expuestos los usuarios de redes sin que puedan darse cuenta de ello. Por consiguiente, es también muy fácil manipularlos, pues como se vio, las emociones se contagian y este contagio genera cambios en los comportamientos. La situación es tan seria que, dependiendo como lo hacemos de las herramientas modernas de comunicación, corremos el riesgo de transitar por terrenos donde los límites de la realidad se desdibujan.
Incluso, han llegado a afectarse procesos democráticos de máxima importancia a través del uso de redes sociales como armas de manipulación psicológica, lo cual exploraremos con más detalle en el próximo apunte filosófico.
Por ahora quedémonos con las siguientes preguntas: ¿Qué nos garantiza que la información que vemos en nuestras redes (Facebook, Instagram, WhatsApp, etc.) no ha sido manipulada? ¿Qué tan auténtico es el miedo o el optimismo que llega por periodos a nuestros canales de comunicación? ¿Deberíamos sentir miedo cuando todos parecen preocuparse por determinado fenómeno? ¿Qué tanto podemos ejercer la lógica y la razón cuando estamos expuestos a un torrente de información de dudosa autenticidad y racionalidad que, no obstante, nos afecta emocionalmente?