Por: Angélica María Pardo López

Hace pocos días veía una popular serie de televisión colombiana. En una cómica escena, el personaje en cuestión pierde el camión con el que trabaja y al pedir ayuda a su hermana para recuperarlo, ella le responde: “resuelva, mijo”.

Esta sencilla expresión me ha hecho reflexionar sobre la importancia de la habilidad de resolver los problemas que se presentan o, en otras palabras, la cualidad de ser recursivos.

Una persona recursiva es apreciada en el mundo laboral, pero también en un sinnúmero de contextos, porque es alguien para quien nada es imposible, alguien ‘que no se vara’. Aunque de forma empírica sabemos qué es lo que contienen estas expresiones – “no vararse”, “cogerle el tiro a algo”, “encontrarle la comba al palo”, “darse mañas”, “resolver”, etc.-, se trata de una capacidad compleja que debemos cultivar.

Lo primero que hay que decir sobre esta habilidad es que una persona recursiva es alguien que no teme a enfrentarse con un problema. No tener la respuesta para algo o no saber por dónde empezar son realidades frente a las cuales una persona recursiva no tiene emociones negativas, como el miedo y las ganas de huir, sino que, por el contrario, se presentan ante ella como una oportunidad para aprender algo nuevo, como una motivación. De tal modo, la respuesta de ‘alguien que no se vara’ cuando le preguntan o piden algo que ignora es “no lo sé, todavía” o “no lo sé, pero lo puedo aprender” o, más a la colombiana, “no lo sé, pero me lo invento”. 

Afirmar que no se sabe algo, pero que se puede aprender, implica el reconocimiento de que el mayor recurso con el que se cuenta es la propia inteligencia y la conciencia de que ‘se puede salir del atolladero’ mediante el propio esfuerzo.

De tal modo, la percepción de escasez o de abundancia es diferente dependiendo de qué tan recursiva sea una persona. Alguien que no haya cultivado demasiado su habilidad de resolver problemas y de aprender nuevas cosas percibe que la causa de su fracaso es la falta de recursos que tiene para desarrollar determinada tarea. Por ejemplo, alguien que esté abrumado por algún trabajo puede percibir que si dispusiera de cierta herramienta informática sería capaz de cumplir con los trabajos que se le asignan. Esta persona percibe escasez de recursos. Por el contrario, una persona recursiva desempeñándose en un contexto precario percibe abundancia porque es capaz de sacarle provecho a las cosas de las que dispone. Es el caso de quien se da cuenta y aprende poco a poco que con Excel (que es un programa de lo más común) puede hacer poco menos que milagros.

Según los expertos, la habilidad de ‘no vararse’ se puede cultivar y vale la pena, pues resolver algo que al principio parecía retador es de las cosas más satisfactorias que se pueden experimentar. Para ello dan algunos consejos como:

  • Empezar a ejecutar los proyectos, aunque parezca que no se tiene todo lo que se necesita o que aún no ha llegado el momento adecuado. El esfuerzo mental que implica empezar con algo es grande, pero al dar este primer paso, la mitad del trabajo ya está hecho. 
  • Ser tolerantes al error. Todo aprendizaje implica un proceso de ensayo y error, de caerse y levantarse. Si entendemos que equivocarnos está bien, podremos enfrentarnos con mayor valor a los retos que nos pone la vida y perderemos el miedo a perseguir nuestros sueños. 
  • Ejercitar la mente en el establecimiento de conexiones probables e improbables entre cualesquiera situaciones o fenómenos: creer que en todo caos puede existir algún patrón (o muchos) esperando a ser descubierto por nosotros.

Para terminar este apunte, volvamos al personaje que perdió su camión. La hermana no lo ayudó (como era costumbre) sino que lo dejó “resolver”. El muchacho se las ingenió para recuperar el vehículo. Salió del impasse fortalecido y con más confianza en sí mismo que antes, listo para resolver problemas mucho más difíciles que aquel. Eso es lo mejor de la recursividad, que se trata de un capital inagotable que, entre más se utiliza, más se incrementa.