Por: I.A Camilo Echeverri Erk

Recientemente tuve el agrado de recibir la visita de un colega y amigo con quien compartimos actividades laborales en una empresa productora de flores en la sabana de Bogotá, por allá a mediados de los años noventa. Después de vivir varios años en Colombia mi amigo resolvió regresar a su país de origen, Brasil. Entre las cosas que me contó, me llamó la atención que dijo haber sentido una gran vergüenza al compartir con colegas en Brasil que había recibido durante su ejercicio en flores en Colombia una mención honorífica por llevar a cabo las mejores prácticas de esterilización de suelos con vapor de agua. Para sus contertulios – seguramente más jóvenes y con poco conocimiento de las prácticas agronómicas en cultivos de flores – la esterilización total de un suelo tenía connotaciones de crimen ‘de leso microbioma’. Desconocen que, por aquellos tiempos en Colombia (no sé cuál sea la situación hoy en día), el cultivo continuo de claveles en un mismo sitio no era posible sin el empleo de técnicas de esterilización de suelos para combatir al hongo Fusarium oxysporum, manteniéndolo en niveles que no afectaran sensiblemente la rentabilidad del cultivo. Además del vapor, se usaban fumigantes de suelo como metam – sodio, cloropicrina y dazomet, compuestos que probablemente han caído en desuso o están prohibidos en Colombia y en otros países del mundo. Cuando me desvinculé de la floricultura, a comienzos de los años dos mil, ya era común el uso de alternativas ‘biorracionales’ para el control de hongos de suelo basadas en caldos de microorganismos antagonistas de dichos patógenos.

El comentario de mi amigo me llevó a investigar un poco sobre cambios de las técnicas agrícolas en las últimas décadas, y me encontré con el concepto de ‘agricultura regenerativa’ (AR). Es posible que para algunos de los amables lectores no sea nada novedoso, pero me pareció interesante tratar el tema en un momento en el que está cobrando relevancia y atención en el mundo la importancia de la conservación del medio ambiente.

En un corto documental de la Universidad de Barcelona que encontré, describen el uso de esta tecnología en cultivos de hortalizas en España. A grandes rasgos, consiste en sembrar, después de la cosecha, en forma directa – sin eliminar los residuos del cultivo -, cinco especies vegetales para recuperar el suelo y reemplazar en buena medida el trabajo del tractor y la aplicación de herbicidas, pesticidas y fertilizantes. Las especies ‘regeneradoras’ cumplen una función diferente cada una, tal como el aporte de nitrógeno, la aireación del suelo por efecto de la penetración profunda de raíces, y la atracción de insectos benéficos para el control biológico de plagas. Esta actividad recuperadora del suelo se ve complementada por el trabajo de las lombrices, las cuales hacen también su aporte, aireándolo y agregándole materia orgánica. Para la siembra del siguiente ciclo de cultivo los residuos vegetales, tanto del cultivo anterior como de las plantas regeneradoras, se ‘planchan’ con un rodillo formando una capa de material vegetal que impide el crecimiento de malezas y facilita la conservación de la humedad del suelo, aportando materia orgánica a este al descomponerse. Los resultados de investigación de la universidad reportan una disminución de alrededor del 30% de los costos (menos trabajo, insumos y consumo de energía) y aumentos de producción cercanos al 10%, en comparación con las técnicas de cultivo tradicionales. Han encontrado que el contenido de materia orgánica en suelo se incrementa con la AR, pasando de un 0,7% (condición cercana a la de tierras desérticas) a un 3,3%. También aumenta la biodiversidad en el suelo y la conservación de la humedad (sostienen que por cada unidad porcentual adicional de materia orgánica esos suelos retienen 180.000 litros de agua extra por hectárea).

Ahondando en el tema, encontré la siguiente definición de agricultura regenerativa: “La AR es un enfoque agrícola que se centra en restaurar la calidad del suelo mediante la adopción de prácticas de manejo sostenibles”. El término AR lo acuñó el instituto Rodale en los EE. UU. en la década de 1980. El instituto fue fundado por Jerome Irving Rodale y su esposa Anna en 1947, quienes se interesaron por la producción de alimentos sanos y una agricultura sostenible. Desde esa época iniciaron estudios relacionados con la agricultura orgánica.

Entre los objetivos de la AR están los siguientes:

– Revertir la degradación de suelos.

– Aumentar la biodiversidad.

– Aumentar la producción.

– Mejorar la prestación de servicios ecosistémicos.

– Aumentar la resiliencia de los agroecosistemas contra el cambio climático y contribuir a su      mitigación.

El logro de estos objetivos hace indispensable la aplicación de los cuatro principios fundamentales de la AR:

  1. Minimizar la perturbación del suelo (labranza reducida o no labranza para minimizar la compactación del suelo por uso de maquinaria pesada).
  2. Mejorar la fertilidad del suelo (abonos verdes y reducción del uso de agroquímicos).
  3. Reducir la exposición al sol del suelo desnudo (manteniendo la cobertura vegetal).
  4. Diversificar los sistemas de cultivo (rotación y/o combinación de cultivos e integración de ganado al sistema productivo).

Además de recuperar la fertilidad y la salud del suelo, la AR trae consigo otros beneficios como el aumento en el potencial de absorción y retención de gases de efecto invernadero y la menor emisión de estos por la disminución en el uso de maquinaria agrícola y fertilizantes. El asunto adquiere especial relevancia hoy en día, cuando existe conciencia de que la agricultura contribuye grandemente con las emisiones de gases de efecto invernadero y de que la degradación de los recursos de suelo y agua ha reducido sustancialmente la capacidad de producción de alimentos en el planeta. Esto plantea serios retos para la suficiencia alimentaria en el mundo cuando alcancemos, según la FAO, los 10.000 millones de habitantes en el año 2050.

Como lo dije antes, no estoy al tanto de los avances en la aplicación de estas tecnologías en Colombia. Los argentinos las utilizan ampliamente y la compañía multinacional de alimentos PepsiCo las tiene incorporadas en su programa de construcción de un sistema alimentario más sostenible (PepsiCo Positive), mediante el cual pretende llegar a 77.000 hectáreas cultivadas bajo los preceptos de AR en 2030 y lograr su meta de cero emisiones netas en 2040.

Me parece que es un tema al que vale la pena prestarle atención y que ojalá se incluya en los paquetes de asistencia técnica que requerirán los proyectos de reactivación del campo que pretende este Gobierno y los que emprendan futuras administraciones. Habrá que tener en cuenta que se requerirá un tiempo para la adopción de estas prácticas, mucha capacitación a los agricultores y también mucha paciencia, porque la transición será larga y no exenta de las dificultades propias de este tipo de procesos.