
Por: Panagiotis Karanikas
Una de las cosas extraordinarias del mundo moderno es que se da por hecho la disponibilidad de alimentos. Durante la mayor parte de la historia, la lucha por la comida ha sido el foco principal de la actividad humana y gran parte de la población se ha ocupado con la agricultura. El hambre era una amenaza siempre presente. Incluso en los mejores años era difícil que hubiera un excedente que permitiera a la gente estar segura en tiempos de escasez. En el peor de los casos, nadie más que el poderoso podía estar seguro de tener siempre el estómago lleno.
En el presente, la mayoría de la gente en los países ricos no tiene que preocuparse de dónde vendrá su próxima comida. En 1900, dos de cada cinco estadounidenses trabajaban en una granja; ahora, uno de cada cincuenta lo hace. Incluso en lugares pobres como la India, donde el hambre continuó siendo una amenaza hasta la mitad del siglo XX, se supone generalmente que en el futuro todos tendrán qué comer.
Esta suposición lleva a pensar que el problema ya está solucionado. Aunque la hambruna ha terminado en gran parte del mundo, todavía acecha partes de África como Etiopía, Mozambique y Zimbabwe, por nombrar solo algunas de las naciones que dependen de las donaciones de alimentos.
Por otro lado, millones de personas sufren de malnutrición. Según la Organización de las Naciones Unidas para la Alimentación y la Agricultura -FAO-, de los 7.300 millones de personas del mundo, 2.000 millones no tienen suficiente para comer. Adicionalmente, se prevé que en 2050 la población total aumente a casi 10.000 millones. Gracias al aumento demográfico y al aumento en la demanda de productos como de carne, pescado, leche y huevos (que se genera a medida de que se superan ciertos niveles de pobreza), en 2050 se necesitará un 50% más de alimentos en relación con el 2009, año en que la FAO realizó el cálculo. Será imperativo así mismo un crecimiento correlativo en la producción de forraje. Llegar a semejantes niveles de producción es una tarea difícil, pero no es imposible.
Desde la época de Thomas Malthus, un economista que escribió hace poco más de 200 años, la gente ha desdeñado la hipótesis de que el crecimiento de la población sobrepasaría el suministro de alimentos. Hasta el momento, esto no ha sucedido. Sin embargo, los neomalthusianos han indicado algunos signos preocupantes. Uno de ellos es que en algunos lugares la productividad de alimentos básicos como el arroz y el trigo ha alcanzado un pico. Ni las nuevas cepas de lujo ni los agroquímicos están elevando los rendimientos. Tampoco hay suficiente reserva de tierra ociosa que pueda ser utilizada para cultivar.
Una fuente de alimento que Malthus no previó fue el cultivo de las praderas americanas. Extensiones de tierras agrícolas similares, tales como El Cerrado en Brasil, han apoyado el suministro de alimentos en gran medida, pero estas nuevas tierras casi se han agotado. Los neomalthusianos también apuntan al cambio climático. Ellos sugieren que si las temperaturas globales continúan aumentando, algunos lugares dejarán de ser aptos para el cultivo.
Estas son preocupaciones legítimas. Sin embargo, pueden ser superadas por dos vías: la aplicación y difusión de la tecnología y la implementación de políticas gubernamentales sensibles.
La tecnología es de poca utilidad si no se adopta. En los países en vía de desarrollo no se aplican las técnicas agrícolas de punta ni los avances en la modificación genética tanto como se podría. Si los pequeños productores y agricultores de subsistencia de África, Asia y América incorporaran a sus prácticas agrícolas actividades tan simples como la aplicación de fertilizante en la cantidad y momento adecuados, la humanidad se abriría probablemente camino hacia el aumento requerido del 50% en la producción. Un importante progreso lo constituiría el mejoramiento de la infraestructura, como por ejemplo las carreteras. Esto estimularía el crecimiento de la productividad y reduciría los desperdicios.
Una política gubernamental que redujera los desperdicios de manera más general haría una gran diferencia. La FAO dice que alrededor de un tercio de los alimentos se pierde durante o poco después de la cosecha. En los países ricos, los consumidores desperdician ingentes cantidades de alimentos y en los países pobres hay dificultades para que los estos lleguen a la gente, como malas prácticas de cosecha, mal almacenamiento y transporte lento, lo que significa que el alimento se daña, estropea o pierde por las plagas. Cambiar esta situación es sobre todo una cuestión de querer hacer las cosas mejor. En ese sentido, la construcción de graneros a prueba de plagas y el control correcto de sus contenidos podría ser otro gran paso hacia aumento de producción requerido para cubrir nuestras necesidades futuras.