Por: Camilo Echeverri Erk, I.A.
Es difícil resistirse a la tentación de escribir sobre el escándalo del momento en Colombia. Se trata del caso de las ‘chuzadas’ de los teléfonos de dos exempleadas del ámbito doméstico de la exjefa de Gabinete del presidente Petro, Laura Sarabia.
Al momento de escribir estas líneas, el ‘Sarabiagate’ nos sorprende nuevamente con desarrollos que lo hacen parecer cada vez más una novela policiaca. Anoche encontraron muerto en su vehículo – aparentemente por suicidio – a un alto oficial de la policía, precisamente el que estaba a cargo de la oficina de protección de avanzada de la Presidencia, presuntamente involucrado en el caso de las ‘chuzadas’. Dicho sea de paso, los funcionarios de este grupo de inteligencia le reportan a la oficina de la jefatura de Gabinete. Este acontecimiento se suma a las bochornosas declaraciones recientes del exembajador en Venezuela, Armando Benedetti, también relacionado con este caso, en las cuales manifiesta su profundo descontento por el trato recibido desde la Presidencia, y hace serias aseveraciones que ponen en duda la financiación de la campaña presidencial del ‘Pacto Histórico’.
Dejando de lado los aspectos políticos y judiciales de estos incidentes, me propongo darle al asunto una mirada desde el punto de vista más formal, o convencional, si se quiere:
No me cabe duda de que las intenciones del presidente Petro son las de entregarnos un país con mayor equidad social al final de su mandato, ni que varias de sus reformas son necesarias para ese noble propósito. Sin embargo, discrepo respetuosamente de la forma como lo está haciendo. Algunas personas con las que he hablado del tema opinan que lo que importa es el fondo y no la forma, y que finalmente son los resultados que se obtengan los que permitirán calificar la gestión del gobierno. Yo creo que, en este caso, como en la mayoría de las acciones de la vida, la forma es tan importante como el fondo. Sin embargo, debo reconocer que no soy político y, por lo tanto, no estoy familiarizado con las formas que se manejan en los altos círculos del poder.
Me parece que los hechos recientes hacen cada vez más patentes serias deficiencias del Gobierno en su gestión. El hecho de nombrar a Sarabia, persona joven y seguramente diligente, pero no preparada para tan importantes funciones, y el rifirrafe de ésta con el exembajador en Venezuela, dejan ver una clara falta de capacidad gerencial y liderazgo en el alto Gobierno. El presidente, obviamente, estaba enterado de la pelea entre sus dos alfiles, pero no le dio un adecuado manejo, permitiendo que el asunto terminara en una crisis de gobierno, probablemente la más importante en sus primeros diez meses, y con consecuencias aun imprevisibles. Permitió que el descontento de Benedetti pusiera en peligro su proyecto político. La cereza del pastel fueron las desafortunadas declaraciones del canciller, en las que desestimó las afirmaciones de Benedetti “porque es un drogadicto”. Esto es lo que se conoce como ‘fuego amigo’ y es un ‘tiro en el pie’, porque uno se pregunta cómo es posible que nombren de embajador a una persona en esas condiciones.
Traslademos esta situación a un entorno empresarial: los conflictos hacen parte del día a día de cualquier grupo de personas. El gerente, como cabeza de su equipo de dirección, es responsable de liderar a sus colaboradores, y debe afrontar personalmente los roces que se puedan generar entre éstos. El líder no debe permitir que los conflictos pongan en peligro la obtención de los resultados buscados. Hay asuntos que no se deben delegar. Hago aquí la salvedad de que no pretendo simplificar la gestión de un presidente de un país al grado de compararla con la dirección de una empresa.
La forma en que la exministra de salud, Carolina Corcho, manejó la propuesta de reforma a la salud generó incertidumbre en el país y llevó también a conflictos entre ella y el ministro de educación, Alejandro Gaviria. Sorprende que el presidente aparentemente no haya intervenido para limar las asperezas entre sus dos funcionarios, en aras de disminuir el ruido que generaron los primeros debates del proyecto. Esta situación desembocó en otra crisis de Gabinete, en la cual salieron los ministros mencionados y, sorprendentemente, el ministro de Hacienda, José Antonio Ocampo, y la ministra de Agricultura, Cecilia López, dos de las figuras más prominentes del equipo de gobierno y que generaban mucha confianza y tranquilidad, tanto en el país como para los mercados.
La forma en que despidieron a la ministra de Cultura y al ministro de Educación es, a mi parecer, otro ejemplo de falta de liderazgo y habilidad gerencial. En su momento, los funcionarios afirmaron que se habían enterado de la decisión de su retiro del Gabinete a través de Sarabia, antes de que el presidente hablara con ellos. Volviendo a la comparación con un ambiente empresarial: el gerente tiene que darle la cara al colaborador que ha decidido excluir de su equipo y explicarle las razones por las que ha tomado la decisión. Me parece una gran falta de respeto mandarle razones con otros. El buen líder debe tener el talante de afrontar cualquier tipo de situación, por difícil y penosa que sea.
A lo anterior se suman otros aspectos de forma que indican deficiencias en la gestión gerencial del gobierno. Ejemplo de ello son las constantes llegadas tarde del presidente a diferentes eventos y los casos en los que ha dejado plantados a alcaldes, gobernadores, magistrados y militares. Parece que hubiera serias fallas en la planeación de la agenda del presidente, tal vez debidas a que éste quiere atender varios frentes al mismo tiempo. Sin duda, la puntualidad es otra de las características de un buen líder. Se lidera también dando ejemplo.
No desconozco que muchos de los Gobiernos pasados tuvieron seguramente problemas de liderazgo y gestión gerencial similares – o aún más graves -, y que este, por ser el primero de izquierda en la historia del país, está permanentemente bajo el escrutinio público y no se le perdona la más mínima falta. Aun así, creo que el presidente está a tiempo de corregir las formas para cumplir su gigantesca misión, pero también soy consciente de que le será cada vez más difícil, debido a la polarización que estamos viviendo, exacerbada esta por las confusas señales que envía y el controvertido paso de sus reformas por el Congreso. Si al Gobierno le va mal, al país le va mal. Amanecerá y veremos.